19 abril, 2024

La exigencia

El caudal de vitalidad intelectual, espiritual y físico, innato en la juventud es inmenso; gracias a esta cualidad podemos exigir de un joven todo lo que se quiera, con tal de no ser injustos.

Pues la juventud de hoy, con su sueños de libertad, no tolera que le impongan, pero si le agrada que le exijan, pues está sedienta de virtud y cuando la fuerza de voluntad flaquea, qué mejor que una mano cariñosa y firme que lo guíe mediante la exigencia a llegar a esa difícil pero codiciada meta.

“Si al extraer el jugo de un limón vemos que éste se ha agotado, detengámonos un momento antes de arrojarlo al tacho de los desperdicios y al exprimirlo una y otra vez más, nos sorprenderemos al ver que aún nos brinda algo de jugo”, (Hno. Eusebio Arraya C.).

Lo mismo le sucede al joven cuando se siente agotado y piensa “no doy más”, si se exige a sí mismo, verá con sorpresa como, al igual que el limón, puede rendir más, más y aún un poco más.

Desde el punto de vista religioso, el joven aspira a una exigencia aceptada, intensa, acorde a su ímpetu y a sus energías que le son propias. “La juventud no está hecha para el placer sino para el heroísmo” (Paúl Claudel). Esta clásica sentencia tiene más validez hoy que antes, pues el adolescente de nuestros días está permanentemente “bombardeado” por la propaganda erótica de los medios de comunicación la cual presenta como cosa normal y deseable el vivir sólo para el placer y más bien desprestigiar el esfuerzo y el sacrificio que significa una vida de exigencia permanente que tiende al perfeccionamiento. “Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre Celestial” (Mateo 5.48).

La exigencia aceptada con entusiasmo da como resultado una vida sana y próspera; así pues joven, no detengas tus manos por la dificultad de la ruta ni te levantes diciendo: “si fuera rico, si tuviera tiempo, si no tendría ese problema, si…”; pues tienes en tus manos la vitalidad del universo y con ella todo lo que desees conseguir, no sin esfuerzo y sacrificio, sino a base de exigencias; recuerda que todo rosal tiene espinas y que la virtud hay que cultivarla, despertarla, incrementarla, ya que “la virtud es como el agua, si no avanza se corrompe”.

 

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