19 abril, 2024

El impacto inicial de la crisis sanitaria COVID-19 en los colegios católicos del Ecuador

El pasado 22 de septiembre se presentó el informe sobre el impacto inicial de la crisis sanitaria COVID-19 en los centros educativos católicos del Ecuador.  El informe convenientemente denominado “La escuela católica que sigue: investigar y reimaginar” fue elaborado por la fundación SIGE y CONFEDEC, además contó con el apoyo de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

Como es de suponer las consecuencias de la pandemia no se pueden mensurar en los primeros seis meses.  Algunos estudiosos, como los premios nobel en economía, Esther Duflo y Abhijit Banerjee colocan al escenario post-COVID al mismo nivel de lo que Europa vivió luego de la Segunda Guerra Mundial y, si ellos están en lo correcto, la completa valoración del impacto de este flagelo, llevará, al menos, una década.  Así que los resultados que a continuación compartiré son mediciones iniciales, de carácter provisional y susceptibles a cambios por la incorporación de otros factores, algunos de ellos, por nosotros insospechados.

De lo que sí estamos seguros es que no ha habido este tipo de investigaciones en el pasado.   Es la primera vez que más de mil instituciones educativas católicas que sirven a más de medio millón de estudiantes, agrupadas en la Confederación de Establecimientos Católicos del Ecuador (CONFEDEC) participan en responder preguntas sobre la interferencia educativa, la situación de las familias y la gestión de los centros para explorar estrategias de mitigación y escenarios de actuación.  Pero, lo más importante será imaginar otra vez a la educación católica como una respuesta para hacer de este mundo más humano, que nos arraigue más fuertemente a los valores cristianos que la instituyeron, la vieron desarrollarse y ahora, con mayor urgencia, ayude a las nuevas generaciones de nuestro pueblo a vivir el futuro con dignidad.  No obstante, esta iniciativa cargada de buenas intenciones, que duró aproximadamente tres meses, no pudo evitar que algunos de nuestros centros educativos católicos cierren sus puertas, algunos de manera temporal, y otros, con dolor, definitivamente.

Algunos datos del informe que llaman a la reflexión:

  • El recurso educativo en el que se convirtió WhatsApp durante los primeros meses de la pandemia.  El 80% del aprendizaje desde casa se lo hizo por medio de recursos digitales y aunque la demanda de uso del computador fue alta (30,5%), los teléfonos celulares se convirtieron, además de un medio para comunicarse, en un recurso pedagógico imprescindible (56%).  El 40% de los estudiantes de la Amazonia, por ejemplo, se sirvieron exclusivamente de sus teléfonos celulares para continuar estudiando.
  • El 22% de los educadores de los centros católicos tuvieron que gestionar de sus propios fondos, la conectividad y comunicabilidad con los estudiantes.  El 78% tuvo facilidades del centro educativo.  Ese 22% no le importó gastar de su bolsillo para que la educación de sus estudiantes no se detenga.  El 79% utilizaron sus propias computadoras. Muchos de ellos docentes ganando un sueldo básico, no fueron indolentes, por el contrario, ejercieron su misión como una vocación y lo hicieron gratis, a fondo perdido como dice el evangelio.
  • El 58% de los padres o de los familiares que acompañaron a los estudiantes durante las clases virtuales se consideraron incapaces en el manejo de herramientas digitales y por consiguiente no competentes para ayudarlos en el proceso de aprendizaje.
  • El 83% de los estudiantes disponía de internet en sus domicilios.  Es decir, que el 17% unos 85.000 alumnos tuvieron que vérselas a su suerte para estar conectados. El COVID-19 ha dejado claro que existe una brecha, que ya no es ideológica, ni económica sino tecnológica.
  • 4 de cada 10 de los estudiantes no se sintieron satisfechos con el logro de aprendizajes. El rezago escolar, la pérdida de aprendizajes y el bajo nivel de conocimiento de las generaciones post COVID-19 deberá ser una prioridad ineludible del próximo gobierno que elijamos.
  • El 27% de las familias declararon que su estado emocional era regular-malo.  Esta crisis no es solo sanitaria, sino económica y social, por ello, resulta complejo abordar la ansiedad que genera el manejo de la economía familiar, la incertidumbre, el miedo y la pérdida del poder adquisitivo.  Acompañar esta etapa desde la psicología, la espiritualidad y la práctica de los valores resultará fundamental. 
  • Al respecto de la economía, el 8% de los padres de familia expresó que no podrán cumplir con la obligación del pago del valor de las pensiones. El porcentaje sube hasta un 15% en las familias de ingresos medio bajo y bajo.  Estos porcentajes, sin duda, ponen a prueba nuestra caridad.

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  • Ante la pregunta ¿hay confianza suficiente para asistir a la escuela durante la crisis?  Solo el 11% de las familias consideraron que es muy probable que regresen a las aulas, siempre que sea de formar gradual y progresiva.  La experiencia de algunos países debería ayudarnos a no convertir nuestros centros educativos en conejillos de indias y luego, ver qué pasa.

Estos son solo algunos resultados, la totalidad del informe lo pueden ver en

https://onedrive.live.com/?authkey=%21AJjwthPQi%5FVwnPE&cid=D8E82768608FCFDA&id=D8E82768608FCFDA%211781&parId=D8E82768608FCFDA%211738&o=OneUp

Ahora, con datos hay que tomar decisiones, porque de nada sirve un buen diagnóstico sin la medicina correcta.  Es el momento de “reimaginar” y propongo algunas ideas que espero tengan en eco en el Ministerio de Educación, en los centros educativos católicos de nuestro país y en las familias que optan por la educación católica para sus hijos:

  1. Ajustar los costos educativos.  Lo cual implica gastar menos en lo accesorio e ir a lo fundamental, que haya menos burocracia, que no se exijan libros de textos, tampoco uniformes.
  2. Establecer un bono educativo para las familias pobres que les permita acceder a la educación particular o fiscomisional si lo desean.
  3. Equilibrar la formación académica con la educación en la fe, los valores y las virtudes.
  4. Optar por modelos educativos innovadores.  Que el estado los promueva y no se convierta en freno, que sanciona el cambio, que trata de igualarnos a todos por lo mínimo en calidad y contenidos.

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