19 abril, 2024

Rosario, la de Acuña

El otro gran amor de la vida de Manuel Acuña, fue su madre, como lo declara en su poema “Entonces y hoy”, cuando describiendo su vida dice: “mi madre, la que vive todavía, puesto que vivo yo…”, pero volviendo a Rosario, muchas veces, al referirse a ella, los historiadores la reconocen como “Rosario, la de Acuña”, y en realidad, parece que era una muchacha muy hermosa, deseada por muchos, y aparentemente un poco ligera de cascos, ya que hay una anécdota y una poesía muy hermosa de otro gran poeta mexicano: Manuel María Flores, autor de muchos versos preciosos, como el que empieza diciendo: “Bésame con el beso de tu boca, cariñosa mitad del alma mía, un solo beso el corazón invoca, que la dicha de dos, me mataría”, acompañada de una gran historia de amor. Resulta que Manuel María Flores, estaba de novio, próximo a casarse y se le presentó la oportunidad de pasar unos días en Acapulco, con Rosario, la de Acuña, y no dejó pasar esa ocasión. Desafortunadamente, la novia se enteró y rompió el compromiso. Manuel María entonces, le escribió una poesía como una carta, la que no he encontrado en ningún libro de poesías, un poema tan hermoso y sentimental, que logró que ella se arrepienta de haber roto el compromiso y acceda regresar y casarse con él. Esta carta se la oí recitar muchas veces a mi abuelita, cuando era niño y tuve la suerte de copiarla y guardarla. Es en verdad de una inspiración, que vale la pena recordarla como una poesía inmortal. No tiene título, yo me he atrevido a titularla “Y bien…”

Leámosla, creo que vale la pena:

 

Y bien….

Manuel María Flores

 

Y bien, que me importa, que al verme doliente,

cantar mis pesares, cantar mis dolores,

te rías nerviosa, con risa estridente;

Si aún arde en tu pecho, de santos amores,

la llama invencible, grandiosa, potente…

 

Y bien, que me importa, que firme en tu empeño

pretendas mentirme, que todo fue un sueño,

que me has olvidado…

si sé que en el pecho me llevas grabado.

 

Yo sé que si al campo corriendo vas, loca,

queriendo olvidarme,

de oírte nombrarme

las flores felices que besa tu boca,

llegaron a odiarme.

 

Yo sé que si un hombre, con vana porfía,

protestas de amores repite a tu oído,

no puedes creerle, pues surge al instante,

potente y vibrante,

la voz, la voz mía,

la voz cariñosa de tu único amante.

 

Entonces, al oírlo, comparas y dices:

“Si no me lo dice, cual él lo decía,

las frases de este hombre, me causan hastío,

si no ha de quererme, cual él me quería,

no puedo aunque quiera quererle, ¡Dios mío!”.

 

Lo sé todo, todo… Por eso aunque intentes

fingir que no sientes,

por eso aunque rías mi amor y dolores,

por eso, aunque quieras mostrarte impasible,

yo sé que te estrellas ante un imposible,

 

pues arde en tu pecho de santos amores

la llama invencible, grandiosa, potente;

y sé que me quieres igual que te quiero,

y sé que a olvidarme, la muerte prefieres,

cual yo, a no adorarte, la muerte prefiero.

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