19 abril, 2024

La cola del león

La vida nos gratifica de muchas maneras.

La mayor recompensa se nos da con el afecto.

Cada persona tiene su forma de sentir y expresar sus sentimientos.

Los nietos son la prolongación de uno mismo a través de nuestra sangre y una de las pruebas tangibles de la presencia de dios sobre la tierra.

En mi caso yo he sido bendecido por tener siete angelitos.

Ricky (el papa), Miki (el choclo), Alejandro (el negro), Nicolás (Nicolasao), Emilio (el cuchumbo), Ana Beatriz (la princesita) y Jotita (Juan José).

Nunca los he llamado por su nombre; cada uno tiene un apodo puesto por mí.

Existen abuelos que por la diferencia generacional con sus nietos, marcan una distancia infranqueable basada en el temor, la seriedad y la solemnidad.

Son esos abuelos veteranos que no participan en el día a día de estos tesoros resultantes del amor de nuestros hijos.

En mi caso; soy todo lo contrario.

No me considero un abuelo para mis nietos. Soy como su padre mayor y trato de ser su mejor amigo.

Mi vida con ellos, ha sido una gran aventura.

Como soy ingobernable, soñador y hacedor de imposibles, cada día con ellos se transforma, en una experiencia diferente. Hemos hecho cosas insólitas que no suceden entre abuelo y nietos.

Recuerdo que llevé una vez al papa, para que le coja la cola a un león en el circo de La Libertad, cuando tenía un año y medio.

Me acuerdo también, que en años posteriores y para rememorar esta hazaña, nos fuimos en un Chevrolet rodeo mi hija Paola, sus hijos y mis otros nietos. Llegamos al circo que estaba frente al centro comercial en el paseo de la Libertad. Estacionamos el carro, al pie de la jaula del león. La puerta derecha estaba casi pegada a los barrotes. El león permanecía recostado de espaldas a nosotros. Sus posaderas y la cola casi estaban topando nuestras ventanas.

Yo le ofrecía un cuantioso premio, al que le tocara el rabo. Nadie se atrevía. Mientras tanto el león seguía recostado dándonos la espalda.

Hacía caso omiso de toda la conmoción que sucedía dentro del carro. Transcurrieron varios minutos, hasta que Paola en un gesto inusitado de valentía dijo:

«¡Todos son unos miedosos! ¡yo le voy a coger la cola al león!»

Bajó el vidrio de su ventana y sacando su cuerpo a través de ella, iba con su mano extendida para agarrarle la cola al león. En el momento que casi se la cogía, el león se incorporó y estirando sus patas traseras hacía atrás, comenzó a orinar fuertemente como manguera de bombero en un incendio.

Todo el chorro que expulsaba, caía en las manos y la cara de Paola. El reguero era tan fuerte que inundó el vehículo y nos mojó a todos. Nadie sabía que los leones orinaban para atrás. Peor que lo hacían con un descomunal chorro que encharcaba todo. Me quedo sin palabras ya que no puedo contarles como apestaba lo chorreado. Era uno de los olores más fuertes y nauseabundos que haya percibido.

El carro quedó apestando durante dos meses. Todos nos quedamos asustados y encharcados.Estábamos conmocionados por lo que pasó.

Diabluras como esta nos han pasado a diario con mis hijos. Cada salida, era un suceso donde yo capitaneaba lo que sucedía. Soy su mayor cómplice de fechorías.

La relación que tengo con ellos es de hermandad y amistad de sangre. Tenemos una camaradería, que se basa en la facilidad de poder comunicarnos lo que sea. Cualquiera de ellos puede recurrir a mí, sabiendo que lo hace con un amigo.

Todos son especiales para mí. Con cada uno comparto algo que no comparto con ninguno de los demás. Tengo la necesidad incontrolable de decirles, cuanto los quiero a cada instante. Los beso continuamente y en cualquier parte donde estemos.

Los abrazos y el contacto físico, son parte de nuestro lenguaje corporal para podernos comunicarnos. No tienen la menor duda, de que daría mi vida por la de cualquiera de ellos.

He estado presente, en todos los eventos que han tenido. A veces salgo con cada uno y también lo hago en grupo con todos los demás. Me tratan con la confianza, que solo se le tiene a un amigo de verdad. Lo que sea, lo tienen conmigo.

Practicamos la ley de la Omerta. Es la ley Siciliana del silencio. Cuando entre todos acordamos guardar un secreto, todos ponen su mano sobre la del otro y por la ley de la Omerta, juramos no decir lo que acordamos.
Oigo decir que si te portas bien, cuando mueras te vas al paraíso.

Yo ya estoy en el paraíso cuando estoy con ellos. No existe felicidad sin su presencia. Mis hijos son la más grande bendición que dios me ha concedido. Me dan el sentimiento más hermoso que me puedan regalar. Son la razón de mi conciencia y la explicación de mí papel en la existencia.

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

×