29 marzo, 2024

La condecoración más importante que he recibido durante mi existencia…

Son como las dos de la mañana.

Tengo la incontrolable necesidad de escribir.

Afortunadamente duermo muy poco y es habitual que lo haga durante cuatro o cinco horas al día. Siempre he pensado que dormir es una pérdida de tiempo y el día que me muera voy a tener bastante espacio para hacerlo.

El tiempo que pierdo por dormir, es tiempo que pierdo de vivir.

Les pido disculpas por hablar tanto de mí, pero no hay instante más honesto que cuando se habla con uno mismo, ya que la verdad de cada uno es imposible de mentir.

Desde que era chico, las cosas me han salido bien.

Tuve padres maravillosos; mi vida transcurrió sin carencias económicas, siempre me fue mejor que muchos en todo lo que hice.

Desde que el jardín de infantes fui premiado.

Lo mismo sucedió en el colegio; posteriormente en la universidad y luego en mis las maestrías en el exterior.

Fui deportista múltiple.

Era reconocido en todo lo que practicaba.

Natación, judo, fútbol, karate, moto Cross, boxeo, esquí acuático, corredor de maratones, etc. Fueron algunos deportes donde fui premiado.

En la parte académica, he sido reconocido nacional e internacionalmente.

He sido profesor de universidades de gran prestigio mundial e internacional.

También fui profesor de semiología clínica, de medicina interna, psiquiatría, psicología.

Profesor del post grado de criminología de la facultad de leyes, facultad de enfermería, facultad de medicina, facultad de psicología, facultad de jurisprudencia.

He sido director de hospitales psiquiátricos en Ecuador y México.

He creado los posts grados de psiquiatría, psicología, jurisprudencia, enfermería psiquiátrica.

Recibí reconocimientos internacionales como el de ser uno de los tres mejores siquiatras de Latinoamérica.

También tuve el premio internacional otorgado por seiscientas universidades agrupadas en una institución internacional que me reconoció como uno de los diez hombres más destacados en Latinoamérica.

Cinco ocasiones he sido elegido como el personaje del año.

Cuatro veces el científico del año.

Tres veces la condecoración al mérito científico.

La asociación médica panamericana me reconoció como el mérito científico del año.

Tengo más de tres cientos diplomas y setecientas medallas que testimonian diversos y variados 

reconocimientos ciudadanos, deportivos, públicos, literarios, gremiales, académicos y científicos.

He recibido la más alta condecoración del municipio de Guayaquil.

Fui condecorado por cuarenta y siete gremios que representaron a las fuerzas vivas de la ciudad de Guayaquil.

Cámaras de comercio, industrias, pequeña industria, producción, colegio de médicos, federación médica ecuatoriana, Asociaciones internacionales de medicina, siquiatría, electroencefalografía, en EE.UU. y de México, etc.

He sido galardonado en los salones de pintura de octubre y Julio en ocho oportunidades, así como también premiado en las bienales nacionales e internacionales de dibujo y pintura.

En el hospital siquiátrico hay un edificio que lleva mi nombre.

Un congreso internacional de psiquiatría tuvo mi nombre.

He escrito diez y seis libros, pintado cerca de mil cuadros, hecho poemas, dado conferencias y participado en la solución social de los problemas de muchísima gente.

He logrado todo lo que me he propuesto.

Soy un ser humano plenamente realizado.

El hombre más seguro de sí mismo que he conocido soy yo. 

He sido Scout, bombero, motociclista, esquiador, rosacruz, masón, pintor, escritor, candidato a la 

vicepresidencia de la república, precandidato a la presidencia de la república, presidente de Barcelona Sporting Club, Presidente de la Junta Cívica de la ciudad de Guayaquil, etc.

Ni muy remotamente piensen que estoy haciendo una apología magistral sobre mí mismo.

Tengo la humildad necesaria para almorzar con presidentes y cenar con los más pobres.

En fin; no quiero cansarlos con tanta lata; lo que trato de decirles es que dios me ha otorgado múltiples dones y de la misma manera me ha dado múltiples reconocimientos por lo que he hecho con ellos.

Con mi profesión he incidido en la vida de muchos seres humanos.

Siempre he sido reconocido y las condecoraciones que he recibido han sido múltiples, significativas y numerosas.

Muchas personas me han preguntado cual ha sido la más importante.

Otros han querido saber cuál es la que más quiero de todas ellas.

Dios me brindó el privilegio de conocer al Dr. Roberto Gilbert Elizalde.

Desde el primer momento sentí por él una admiración que bordeaba en la veneración.

Era un personaje inalcanzable.

Un genio carismático.

Nunca había conocido a nadie tan especial y con tal sello propio en su forma de ser.

Diariamente veía cómo desde los personajes más importantes hasta el más humilde de los hombres, sucumbían a su inteligencia y su manera de ser.

Cuando fui director del hospital; nos unimos más.

El cargo que ocupaba le permitía efectuar avances incalculables en beneficio de la medicina.

Tuvo el poder para impulsar a nuestra profesión a través de la construcción de hospitales y fue interminable el apoyo que le dio a la enseñanza médica.

Fui su incondicional colaborador y se concibió entre nosotros una amistad fraguada con la autenticidad intelectual del cariño entre un maestro con su alumno.

Todos los días me llamaba por teléfono a las seis de la mañana.

Hablábamos de nuestro trabajo o de muchas cosas inusuales que no tenían nada que ver con lo que hacíamos.

Todo era un pretexto buscado y encontrado para compartir momentos que hicieran crecer el sentimiento que nos unía.

Sin darme cuenta el tiempo pasó; mi querido maestro envejeció. 

Para mí era como un padre; el mentor que respetaba.

Enfermó gravemente. 

Internado en la terapia intensiva de su clínica, se había restringido el acceso de las personas para visitarlo.

Ejercí mi derecho irrenunciable de ser una de las personas que podía verlo a toda hora.

Lo veía todos los días y varias veces al día.

Una de esas ocasiones y con su inigualable forma de ser, me pidió que le haga un favor y me decía de antemano que no se lo podía negar.

Me pidió que en unos días más, cuando él falleciera, yo sea una de las personas que llevara su ataúd para enterrarlo.

Reaccionando inmediatamente le dije:

-¡Pero Doctor; no diga esas cosas!-

-¡Usted se pondrá bien; ya lo verá… cambiemos de tema!.

Sin embargo, el me escuchaba con mucha paciencia y dándome una mirada profundamente sabía pero muy tierna me dijo:

No Miki; ya se acabó mi tiempo y quiero que sean mis amigos los que me acompañen en mis últimos momentos sobre la tierra.

A usted lo quiero como un hijo; le pido que reciba este pedido como un reconocimiento a nuestra amistad.

Piense que es una condecoración que yo le doy por lo que ha hecho por mí.

Deme la alegría de saber que aceptará.

Me quedé mudo…

Salí impactado con lo que me pedía. Por supuesto me negaba a aceptar su terrible vaticinio.

Al volver a las exigencias propias de la vida diaria; se me olvidó el pedido.

A los dos días falleció.

El dolor que me provocaba su partida me partió.

Estando en su velorio y una hora antes del entierro de su ataúd, se me acercó Nicolás Febres Cordero para decirme que por disposición de su cuñado, me pedía que sea yo uno de los amigos que llevaran su ataúd.

Así lo hice.

Acompañé hasta su última casa a mi padre, amigo y maestro.

De todos los reconocimientos que he recibido, esta condecoración a la amistad que me confirió Roberto Gilbert Elizalde ha sido la más importante.

El haberme considerado su amigo y pedirme que esté a su lado en los instantes previos a su nueva vida, ha sido el más alto honor que me ha sido otorgado.  

Esa distinción ha sido la deferencia más trascendental de todas las tenidas.

Esta prueba de amor al querer de dos amigos, es la condecoración más trascendental que me han dado durante toda mi existencia.

 

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En una mesa redonda siete comensales ricos sentados comiendo dinero. Miles y miles en billetes, montones de billetes nuevos, rosados. Perfumados a riqueza, con el signo de su abundancia; listos y ordenados para ser devorados por la poderosa avaricia. La riqueza del dinero en papeles amontonados en todos los sitios del lugar. Regados en el piso, sobre la mesa, debajo, colocados sobre los escritorios. Bailando en el aire, pegados sobre el tumbado de mármol, en forma de columnas dividiendo las paredes y las paredes llenas de dinero sosteniendo las distancias y el tiempo, de los enriquecidos sin límites. Sentados sobre sillas de oropel y pergamino, en una mesa formando un abismo negro de oro para ser ingeridos por los siete exclusivos millonarios reunidos, quienes al no saber qué hacer con tanta riqueza en vida, han resuelto gastarlo todo comiéndoselo, tragándolo, sin importarles cuánto ni porqué ni para qué. Porque es lo único que hasta ahora nadie había intentado hacer y ellos decidieron lograrlo: sentarse a comerlo hasta morir. Del plato a la boca, sin mediar nada más, sin importar la digestión ni algún malestar que pueda ocurrir. Es más: morir comiendo dinero, eso es lo que quieren, eso es lo que van a hacer, eso es lo que están haciendo. Nada más les ha importado en la vida: hacerlo, ganarlo, multiplicarlo, quedárselo, guardarlo y ahora ya viejos y exóticos, sintiendo la ironía de la muerte cerca y al no poder vivir para siempre, ante la imposibilidad de ordenar que les metan su ambición en el cofre mortuorio y llevárselo al más allá, para contarlo y volverlo multiplicar, entonces morirán comiéndolo, para que a nadie les sirva, para no repartirlo, para que se pudra con ellos.

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