25 abril, 2024

Herencia funesta: diezmo

Los próceres guayaquileños por su voluntad decidieron adoptar el sistema mercantilista y fiscal español, el más atrasado de Europa. Ya Gran Bretaña había evolucionado al capitalismo. Si ellos tuvieron claro que se independizaban para acabar la opresión tributaria, sacar al pueblo de la pobreza e ingresar a la prosperidad, ¿por qué no terminaron con el mercantilismo colonial a partir del 10 de noviembre de 1820 cuando se creó el Reglamento Provisorio del Gobierno de Guayaquil? No he logrado encontrar respuesta.

En esos años no existían marcadas ideologías en Guayaquil, que sí tuvo Ecuador en el siglo XX y aun hoy. Olmedo vivió en Inglaterra cerca de 2 años, con el sistema económico más avanzado; también estuvo en Francia durante muchos meses. No hay evidencia que Francisco Roca visitó Europa o Estados Unidos, pero al leer su estudio Amigo del País, sobre las alternativas que tenía Guayaquil, el lector se entera que Roca conocía de otras formas de manejar la producción e impuestos. A 1820 Vicente Rocafuerte, había dejado Ecuador, todavía no era escritor prolífico de pensamiento liberal, pero cruzaba correspondencia con guayaquileños. Se necesitó de voces disidentes como la José Villamil para el resto de los próceres darse cuenta y tomar correctivos parciales. Luego de varios incidentes que pudieron traer problemas a Guayaquil con naciones europeas, se modificó el reglamento de comercio, pero la república inició con el modelo español casi intacto, en el área fiscal no había cambio. Una de las herencias funestas fue el diezmo, impuesto a la producción agrícola. De cada 10 unidades, el Estado cobraba 1. Los españoles no lo habían creado, existía desde los romanos. El producto de la recaudación del diezmo se dividió entre Estado e Iglesia. Algunos historiadores afirman que el rompimiento de Henry VIII con el Vaticano no fue por el tema divorcio, sino quedarse con las rentas del diezmo enviadas al Papa. Los Reyes de España lo impusieron temprano en la América colonial.

En Ecuador del siglo XIX el diezmo fue el tercer rubro de ingresos más importante para el Estado; lideraban las recaudaciones de la aduana y el tributo indígena. Cuando este último fue abolido, 1857, pasó a segundo lugar. El tributo indígena había sido otra funesta herencia española. El diezmo no pudo haber un impuesto más anti técnico que gravar la producción, principal fuente de creación de riqueza colectiva. Al ser Guayaquil motor de desarrollo, el sector privado costeño fue el más castigado por producir mucho más que Quito y resto de la sierra. Desde la quiebra de los obrajes en la segunda mitad del siglo XVIII, las provincias serranas no salían de un agudo estado de depresión económica. Como el Estado vivía en permanente desorden, no tenía la estructura para directamente cobrar el diezmo, usualmente lo remataba a particulares que se encargaban de visitar a productores agrícolas y cobrarles. Este modo de recaudación seguramente se prestó a actos reñidos con la moral.

A 1880 el diezmo estatal empezó a abolirse en todas partes; en el exterior el eclesiástico había desaparecido. En Ecuador el rechazo a tan odioso impuesto comenzaba a ser públicamente sentido; hubo tres sublevaciones contra el diezmo en las provincias serranas. La razón era estrictamente económica, la mayoría de los países donde existía eran esencialmente agrícolas y por tener pesada carga tributaria, se sentían oprimidos. Desde fines del siglo XVIII, famosos economistas europeos, entre ellos, Jean Baptiste Say, habían hecho estudios que calificaban al diezmo como injusto y no equitativo. Para Say y otros estudiosos la contribución era desigual, porque no se consideraba el adelanto al productor y se determinaba en las cantidades brutas, no las netas. Se daban casos en que dos agricultores que pagaban el mismo impuesto, a uno le significaba el décimo de su ingreso y para otro, la cuarta parte. Los costos también eran determinantes, no todos los agricultores tenían los mismos costos y utilidades. No he encontrado informes de las recaudaciones del diezmo a agricultores, hubiera sido ideal tener la lista de nombres de agricultores, producción y pago del diezmo. Seguramente existió, pero la humedad, polillas e incendios lo destruyeron. En la agricultura hay notables diferencias entre cantidades brutas y netas. Por ejemplo, el cacao cuando se cosecha y luego se fermenta contiene un porcentaje de humedad que se elimina secándolo al sol. Si el cacao salía de las propiedades agrícolas con humedad, el agricultor pagaba diezmo sobre el agua que luego desaparecería. 

Antonio Flores Jijón, con larga carrera diplomática representando a Ecuador en varios países, fue requerido por el Gobierno ecuatoriano para visitar el Vaticano y comunicar a la Santa Sede que el 2 de marzo de 1884 la Convención Nacional en Ecuador decidió abolir el diezmo; el eclesiástico lo reemplazaría por otro tributo. Después de haber tenido varias reuniones con los prelados, el 7 de octubre del mismo año Flores les envió una comunicación con copia del decreto. El nuevo impuesto gravaba “..los fundos rústicos con 30 centavos al año, por cien pesos de su valor real, sin que se tomen en cuenta o justiprecien las casas de habitación de dichos fundos. Exceptúense las huertas de cacao y las propiedades cuyo precio no llegue a cien pesos”.

En exposición escrita a la Santa Sede, Flores argumentaba: “Bastaría el hecho de que el diezmo ha sido abolido en todos los pueblos católicos y de que la Santa Sede nunca ha negado este necesario alivio a cuantas naciones lo han solicitado, para que el Ecuador confíe en el corazón paternal de León XIII, no hará una excepción odiosa en contra del pueblo ecuatoriano, que ha dado al Sucesor de Pedro, quizá más que ningún otro, pruebas irrecusables de su filial afecto, nunca desmentido, y de su adhesión tanto más devota y tierna, cuanto mayores han sido las tribulaciones de la Iglesia”. Luego Flores analizó los Concordatos firmados con la Santa Sede de Venezuela, Costa Rica, San Salvador y Nicaragua. También analizó lo sucedido en Argentina, Italia y otros países y concluyó: “Baste recordar que el diezmo en los países católicos puede decirse ha desaparecido; pues, aunque se conserva en algunas provincias de Italia […]son diezmos muy distintos de los del Ecuador, que conciernen más particularmente al Estado, tanto por su imposición en virtud de las leyes civiles […] cuando por su destinación, en su mayor parte, será el fisco. Más que eclesiástico, los diezmos en el Ecuador son ahora laicales y tributarios”.

La inequidad era que el sector comercial no debía pagar diezmo, haciendo la ley desigual. La explicación podría estar en que cuando se creó el diezmo, la actividad comercial era mínima, prevalecía la agrícola. En el sector agrícola, los grandes productores pagaban mucho más que los medianos y pequeños. En la sierra la desigualdad era incluso dentro del mismo sector. Un indígena que tenía una pequeña parcela pagaba diezmo, y contribución indígena, otra lacerante herencia española. En Ecuador ídem a otros países la recaudación del diezmo se dividía entre Estado e iglesia. Desde el nacimiento de nuestra república hasta 1863, al primero le correspondía la tercera parte, las dos terceras iban a Roma. Revisando los ingresos por ese concepto, alza y baja tuvieron directa relación con el tamaño de la cosecha de cacao y el precio pagado en el exterior.  En auge los ingresos aumentaron notoriamente, caso de 1857, cuando Ecuador tuvo fabulosos ingresos en la exportación de cacao por elevados precios. A 1837, los ingresos para la Iglesia habían sido 23.000 pesos; en 1857 aumentaron a 127.589. Años después por incremento de producción y precios, como 1879, los valores llegaron a 634.261 pesos. Durante las administraciones de Gabriel García Moreno, no se remató el diezmo, él se encargó de recoger el cacao y venderlo a través de exportadores para obtener mayores ingresos. Uno de ellos fue Aníbal González, peruano que hizo dinero en Guayaquil y luego fue promotor y fundador del Banco del Ecuador. El enorme aumento del diezmo costeño contrastaba con el exiguo de Quito, Cuenca y otras ciudades serranas. Hubo casos excepcionales cuando el diezmo eclesiástico no se entregó al Vaticano y se usó internamente. En la corta guerra fronteriza de 1863 entre Ecuador y Colombia, cuando Cipriano Mosquera pretendió reconstruir la Gran Colombia, la situación de iliquidez del Gobierno ecuatoriano era dramática; por cuenta del diezmo apenas había recibido 100.000 por su tercio. Se solicitó a Flores Jijón hablar con el Santo Padre para hacer uso del dinero de la Santa Sede y los resultados obtenidos fueron favorables: “Así como los Papas concedieron el diezmo a los soberanos para las guerras en defensa de la religión, el Pontífice Pio IX, que sabía lo que hubiera importado para el Ecuador el triunfo del radicalismo ateo de Mosquera y sus aliados, no vaciló en conceder al Gobierno ecuatoriano el donativo extraordinario que solicitó para cubrir los gastos de la defensa nacional”. El Gobierno recibió más de 200.000 pesos y se repitió la donación en 1865. En años posteriores se normalizaron los envíos al Vaticano. Con el transcurso de los años, la Iglesia fue recibiendo menos, a 1884 representaba la sexta parte del total. Para Flores, la Iglesia era la principal interesada en que se dejara de tomar su nombre para demandar una contribución odiosa que “…quitaba de la boca el pan del infeliz. La híbrida asociación fiscal es muy dañosa a la Iglesia, bajo todos conceptos”.

En 1888 Flores fue electo presidente, regresó a Ecuador y concluyó la negociación. El papa León XIII se demoró hasta 1889 en aceptar la sustitución. En agosto de 1890, un Congreso Extraordinario ratificó la aprobación del Convenio adicional al Concordato. A diferencia de su padre, Flores Jijón fue culto, estudió en algunos países, viajó extensamente, encabezó la Legación de Ecuador en naciones europeas y supo representar a la nación en negociaciones internacionales, que incluyeron Washington DC.

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