16 abril, 2024

Pasarle un huevo al gobierno…

Hace muchos años en el campo costeño se decía que un recién nacido muy llorón y con dificultades para dormir, padecía de “mal del susto”. O de espanto. La familia atribulada, varias noches desvelada por ese llanto permanente y punzante, recurría ojerosa ante el curandero para que librara al pequeño del susto; y aquel hacía una ceremonia cuyo momento culminante residía en frotar un huevo de gallina en el cuerpo de la víctima, quien como por arte de magia se tranquilizaba. En casos graves, otros curanderos —rayando ya en la brujería— solían hacer sahumerios de alumbre que, previamente frotado en la humanidad del niño, se quemaba en olla de barro con el fin de ver en los restos del alumbre calcinado, la figura de lo que provocaba el susto.

El gobierno de Lenin Moreno sufre de mal del susto. Necesita que le pasen un huevo: luce tan espantado, que termina entregado a los cucos que el ex presidente Correa y su equipo de seguidores sueltan por redes sociales. Diríase que pese a los casi 2 años en el poder, no ha podido librarse del estigma de ser engendro de su predecesor. Ese mal lo paraliza. Y cuando no, hace que vaya muy lento en el cumplimiento de sus tareas. Las consecuencias se miden en pérdida de popularidad, que las últimas encuestas la sitúan en menos del 30%.

Es cierto que los gobiernos no están en el poder para ser populares. Y no siempre la popularidad es sinónimo de acierto al gobernar. Mas cuando la ciudadanía se percata de que la acción del gobernante responde a otras motivaciones que no obedecen al cumplimiento de lo que está obligado a ejecutar, entonces valora su gestión a la baja, porque lo advierte temeroso, distraído de sus tareas y pendiente de responder a cada provocación de su adversario. Y eso desgasta de modo irreversible, porque gobernar no puede ser consecuencia de inconfesable miedo

Aunque Moreno ha tratado de establecer con valentía agenda propia —actitud plausible porque marcó el punto de quiebre con el correato— lo ha hecho también con mucha lentitud, especialmente en el plano del manejo de la economía. A esa lentitud se debe, en parte, la sostenida baja que registra su nivel de aceptación en la ciudadanía.

En la entrevista que concedió a AER el pasado 2 de abril, el Presidente de la República formuló denuncias graves respecto a hechos crimínales presuntamente perpetrados por el gobierno de Correa. Pero esas denuncias no deben quedar únicamente como dolidas respuestas a los agravios que ha recibido del ex presidente, sino que deben ser judicializadas. La acusación de que durante el 30-S se produjeron crímenes de lesa humanidad, no es lanzada por un político cualquiera a la sazón adversario de Rafael Correa, sino por el presidente de la República, que como tal, representa al Estado ecuatoriano. Y sin embargo de su gravedad, parece generada por el susto que las denuncias de los llamados INApapers ha generado en el morenismo.

El asilo de Julian Assange es otro episodio manejado con tanta lentitud, que el común de la gente se pregunta si —más allá de los protocolos que rigen a la diplomacia y al asilo político— no hay susto de por medio. Susto de que el hacker diga cosas que el gobierno no quiere que diga. Miedo de tomar la decisión de retirarle el asilo, a pesar de todo el desafío que Assange encarna, al punto de ser sospechoso de estar tras la

revelación de fotografías y conversaciones del Presidente Moreno y su entorno. No sé si cuando esta nota se publique, Assange siga todavía en la embajada londinense; pero la pregunta quedará en pie demandando respuesta: ¿por qué se mantuvo al australiano como húesped de Ecuador, no obstante todo lo que hizo contra su gobierno?

Mal de susto que impide definir un programa económico coherente con la visión de sacar al país, de manera ordenada y sistémica, de la crisis a la que fue empujado por el socialismo chavista del siglo XXI. Temor a abandonar el centralismo burocrático y con aires de planificador, que 10 años de correismo dejaron como impronta. Miedo para tomar decisiones que liberen a los ciudadanos de la pesada carga de sostener un Estado que gasta la tercera parte de su presupuesto en pagar cargos públicos, y que ha encarecido hasta lo inverosímil a una economía dolarizada.

En este panorama, es visible un gobierno que llora por las miserias que —en mesa servida— le dejó su mentor. Y que probablemente ni puede ni deja dormir, por las amenazas que el correato y sus aliados profieren a diario en redes sociales: anuncian su caída inminente, solo como una cuestión de tiempo.

El gobierno de Moreno está sometido por el susto. Por el miedo. Está “paniqueado” ¿Usted no cree que sea necesario pasarle un huevo, para ver si se cura ya?

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Los dos más grandes instintos animales que concurren en la misma forma en el ser humano, son el instinto de conservación de la vida y el de conservación de la especie, es decir, el instinto sexual.

El ser humano, que aparte de los instintos animales tiene intelecto que es el regulador natural de sus instintos, es diferente a los animales, ya que en ellos los instintos son frenados por la saturación de los mismos, come cuando tiene hambre, etc. En el hombre, es el intelecto el que pone el freno a los instintos. La voluntad del hombre es la que le dice si algo le conviene o no, y el dominio de sí mismo es el que lo hace contenerse cuando no es conveniente seguir. Regulamos nuestras horas de trabajo, comida, etc. Es decir, arreglamos nuestro horario, a nuestra voluntad no a la de nuestro instinto.

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