Maduro: ¿Bailará en la tarima hasta que se pudran los venezolanos…?

El régimen de Maduro es el fracaso más sonado del populismo latinoamericano, enmascarado de “revolucionario”: una inflación de más de 1 millón por ciento anual así lo confirma; pues desde los años de Chávez crearon un sistema institucional perverso, para robarse la riqueza petrolera, ahogar la iniciativa empresarial privada en beneficio de unos pocos aliados del gobierno, y sostener la dictadura cubana, a costa de entregarle petróleo barato a cambio de protección armada. En ese esquema, las alianzas con la narcoguerrilla de las FARC no son secreto; y hay quienes sospechan que Venezuela se ha convertido en uno de los santuarios del terrorismo mundial.

Ante la escasez de alimentos y medicinas, Maduro apareció hace unos días en fábricas “recuperadas” —arrebatadas a empresas privadas— afirmando que se las pondrá a producir “al 100 por ciento”, para atender las demandas de la población. Tales expresiones no dejan de ser meras expectativas, porque bien sabido es que la producción no depende solo de “recuperar” fábricas, sino de contar con los recursos para que el mercado asegure su sostenibilidad. Y eso es posible únicamente si los consumidores registran ingresos suficientes para demandar bienes y servicios a precios y calidad competitivos; lo cual no ocurre en Venezuela, donde el ingreso promedio de los asalariados apenas cubre menos del 5% del costo de la canasta básica familiar. (El último aumento del 300% en los salarios dispuesto por Maduro en enero de este año —de 4.500 a 18.000 bolívares mensuales— apenas significa un aproximado de US $ 20)

La carrera entre inflación y salarios parece no tener fin en Venezuela, porque entrampado en sus anacrónicas visiones socialistas de fijación y controles de precios, el régimen madurista considera que la solución al problema reside en que el Estado tome la propiedad de más fábricas y unidades productivas.

Entonces el remedio termina siendo peor que la enfermedad, porque favorece prácticas de corrupción a través de una red integrada por burócratas y militares, que intervienen hasta en la distribución de alimentos casa por casa a las familias registradas en cada Comité Local de Abastecimiento y Producción. Son los famosos CLAP, con los que Maduro cree asegurar la lealtad de la población, pues quienes no se adhieren a ese sistema de distribución estatal, pasarán por muchas penurias para abastecerse de víveres, aumentando en progresión geométrica la escasez y carestía.

Maduro y sus Diosdado sostienen que el fracaso del modelo económico que siguen, “es producto del bloqueo y de la guerra económica que les ha declarado el imperialismo”. Y reiteran que se quedarán en el poder no solo hasta 2025, sino para siempre a través de otros actores. La muletilla antiyanqui les sirve para consolidarse, a pesar del padecimiento que sus políticas provocan sobre amplios sectores de la población.

No se si más temprano que tarde, tocado por los embates de la oposición y la condena internacional que su ilegitimidad ha provocado, Maduro termine sus días como Noriega. O luciendo un grueso nudo al estilo Sadam Hussein. O a lo mejor, siga bailando salsa con su esposa Cilia, en una tarima de Caracas para divertir a sus partidarios. Pero no obstante lo vivido el 23 de febrero —y más allá de si es válida o no una intervención militar extranjera para restablecer la democracia— me queda una pregunta: el clamoroso fracaso de su política económica ¿no es suficiente para echar al dictador?

La respuesta es de los venezolanos, sin dudas. Y no pueden esperar a pudrirse para darla…