24 abril, 2024

¡Contra los falsos nacionalismos!

Al poder hay muchas formas de encaramarse…Pero cuando de dictaduras se trata, como que todas, de izquierda o de derecha, aclaran que en su posición y objetivo son nacionalistas. Un nacionalismo que, cosa rara, busca estandarizar las actividades de subsistir, reflexionar y de aspirar al futuro. Es lo más chato, socialmente hablando, de comprender  y exigir la igualdad entre los integrantes de la comunidad. Pero, claro, lo más conveniente para mantener en un uniforme represivo a cada quien, boicoteando así el posible interés de toda oposición. Porque, dadas las circunstancias nacionalistas, cualquier detalle que defina una oposición puede terminar en enfrentamiento. Y en el juego de las posiciones políticas,  toda confrontación perjudica a un nacionalismo que exige silencio ideológico y tiempo indefinido para dar vida sus propuestas.

El nacionalismo, antes que nada, expresa o pretende expresar  una unidad gubernamental férrea, que queda a la vista mediante un control estatal de todas las principales gestiones sociales. Un control no criticable que, incluso, es promovido para el manejo de la inversión de un Estado, cada vez con mayor poder, en cuanto a su proteccionismo de los eventos privados. Industria, comercio, y hasta cultura quedan aprisionados en sus garras omnipotentes. Este Estado  inversionista termina, por su propia estructura, instrumentando leyes, reglamentos y normas para, aun al margen de la realidad de su entorno, que niega sus aciertos posibles, justificar su razón política nacionalista. Razón política que no es otra cosa que la marginación de la vivencia democrática, sinónimo de lo distinto y contra puesto.

Para el falso nacionalismo el tiempo necesario en el poder que permita hacer de su ideología una práctica, social y política, no tiene límites. ¿Por qué? Es que toda acción de Estado que pretenda mostrarse como acertada necesita  tiempo de fijación, de estabilidad. ¿Sólo escolares matriculados hoy sin asistir a su graduación profesional mañana? Y esta interrogante aparece multiplicada en todos los actos de la nación. Mejor dicho, tiempo de prueba con resultados positivos. Nadie, ajeno a la concepción  nacionalista puede, por eso, reemplazar o continuar la “obra” iniciada por la dictadura nacionalista.

¿Y cómo hacerlo si para este nacionalismo tan singular no existe ni leyes fuera de las propias que puedan encausarlo, ni alguna moral para controlar sus apetitos de poder? El patrioterismo es una de las formas más detestables de llamar a cerrar filas  con un nacionalismo intrascendente. El nacionalismo puede llegar, según los objetivos a que apuesta, a utilizar las paradojas emocionales de los grupos sociales para la manipulación gubernamental desde el Estado. Hay veces que el ultranacionalismo se une a las invocaciones religiosas y abusar, en beneficio de su poder, de la ingenuidad y sentimiento de las personas, de las familias, de la comunidad…

No hay que descuidar el criterio, en buena medida patológico, de que toda dictadura  nacionalista actúa, casi es una regla, violando cada instante de la realidad social. Esta cita de Orwell lo concreta muy bien: •• El nacionalismo es hambre de poder atemperado por el auto engaño y creencia de estar en lo correcto. Algunos nacionalistas están no muy lejos de la esquizofrenia, viviendo muy felices entre sueños de poder y conquista que no guarden conexión alguna con el mundo de la realidad •• ¿No es que las tantas tiranías ocurridas y en proceso en Latinoamérica, a pretexto de nacionalismos, con bombos y platillos patrioteros, son una muestra palpable? ¿Cómo dejar de mencionar que no hay nacionalismo ajeno a la corrupción inclinada al saqueo de las arcas públicas?

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Por informaciones aparecidas en los medios de comunicación colectiva conocemos de la pésima actuación del presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) Omar Simón y de todos los integrantes de este Cuerpo Colegiado en la conformación y supuesto “ Concurso de Méritos “del Consejo de Participación Ciudadana. A esto se suma también las graves denuncias realizadas por el asambleísta Andrés Páez quien pidió al Consejo Nacional Electoral informar de manera clara y enfática como se realizó este concurso. Asimismo, exigió a los miembros del Consejo Electoral aclaren sobre la relación de los concursantes con el gobierno y el partido MPD.

En pocas palabras, fácilmente se desprende que el cambio de nombre de Tribunal Supremo Electoral a Consejo Nacional Electoral y su nueva integración obedeció casi exclusivamente a los intereses de la “revolución ciudadana”, impidiendo el tan anhelado perfeccionamiento del sistema electoral ecuatoriano.

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