29 marzo, 2024

Crisis en nuestra «Alma Mater»

Una de las instituciones más antiguas, representativas y emblemáticas de nuestra ciudad es la Universidad de Guayaquil, que este 2018 está cumpliendo 150 años de fundación.

Han sido innumerables las generaciones guayaquileñas y de su entorno geográfico que se han formado en sus aulas. Debido a su historia gloriosa y de aporte a las ciencias y el desarrollo de la ciudad y el país, resulta triste, como guayaquileña y catedrática de esta ‘alma mater’, leer y escuchar en los medios de comunicación los vergonzosos acontecimientos de estas últimas semanas: corrupción, politiquería e indecencia.

La universidad, como parte del Estado, también fue copada como casi todas las instituciones estatales por el esperpento revolucionario que dirigió la década pasada. Por donde pasaron, cual huracán, han dejado todo patas arriba.

Ahora se conoce públicamente lo que muchos sospechábamos: que ese interés frenético de ciertos funcionarios públicos por aferrarse a sus cargos se entiende por la desesperada acción de no permitir que sean expuestas a la luz pública sus mañoserías. No les ha importado atentar contra el prestigio de nuestra centenaria universidad, en la que laboramos académicos, científicos, epistemólogos y profesionales.

Los postulados de autonomía y cogobierno, que significan libertad de pensamiento, no pueden ser manipulados por los beneficiarios del caos y la corrupción; debe existir una actitud más comprometida por parte de los organismos oficiales de supervisión y control de la educación superior frente a la crisis que vive nuestra ‘alma mater’, pues su silencio o respuestas tibias resultan sospechosos.

Urge que las instituciones guayaquileñas formen un gran frente en defensa de la Universidad de Guayaquil, pues esta no puede ser tierra de nadie, para que sea invadida impávida e impunemente. Pensar que la depuración saldrá exclusivamente, desde el interior de su claustro, es dejarla en indefensión. Hay que desalojar a los invasores y mercachifles de la educación, para que imperen la academia, la transparencia y la decencia.

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En 1789 la revolución francesa definió la inutilidad, la sinrazón y la injusticia del existir de las testas coronadas. Este llamado de atención no pertenecía a una localidad. Tenía que ver con cualquier sitio en donde alguien, desde una u otra gestión, pretendiera declararse en poder absoluto usurpando el derecho popular natural. En buena medida era una forma, y terminante, de poner en vigencia el Contrato Social de Rousseau. ¿Es que si hay monarquía puede hablarse acaso de Derecho Ciudadano? Saint – Just, uno de los grandes combatientes de la lucha antifeudal, era concluyente. “La monarquía no es un rey, es el crimen”. O sea, gobernar desde semejante posición, significa rapacería, despojo, expoliación… Lógica, que sin necesidad ya de otra explicación, proclama un axioma contra el poder por el poder… “¡Nadie puede reinar inocentemente!”. Si en la Inglaterra de mediados del siglo XVII, fue ajusticiado Carlos I en calidad de rey para dar paso al republicanismo místico de Cromwell, cuando sube al cadalso Luis XVI, el 21 de enero de 1793, no muere ni siquiera un hombre. Por fin es liquidado un sistema de oprobio y delictivo. Además, como ratificó en ese entonces, el propio Saint-Just “Luis es un extraño entre nosotros…”.

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