25 abril, 2024

Las justicias (2)

Pensemos por un momento en el ateo. Yo no tengo dios alguno pero soy un ser humano que convive con otros seres humanos. La moral sí existe. Yo soy ateo, no creo en ningún dios y vivo una vida honrada y respetuosa para con mis congéneres. El respeto a los demás, me obliga a guardar los mismos mandamientos que el cristiano tiene la obligación de cumplir. Del cuarto al décimo mandamiento, son simplemente mandamientos morales de respeto a uno mismo y a los demás. Obligatorios para la vida en comunidad. Para yo tener derechos, tengo que tener también obligaciones. Si yo deseo ser respetado, ¡tengo que respetar! El respeto es la base de la convivencia humana.

De acuerdo con la justicia humana racional, por ejemplo, si un hombre mata a otro, está perdiendo el derecho a que no lo maten a él, mucho más si la persona a la que mató es algo para mí. Pueden venir entonces los agravantes o los atenuantes del caso, los justificativos, la intención, que deben y pueden ser válidos para disminuir o agravar la pena o castigo.

La justicia divina va más allá. Mucho más allá. Dios nos ama tanto, quiere en tal forma nuestro bien que, si nos arrepentimos sinceramente de nuestras faltas y le pedimos perdón sinceramente por haberlas cometido, las perdona y quedamos libres de ellas. Así de simple. Nadie tiene derecho a juzgar a otro por las faltas cometidas. Es uno mismo el que tiene que mirar dentro de su corazón y darse cuenta de si en verdad está arrepentido de haber cometido la falta o simplemente quiere librarse de la culpa y creer que Dios lo ha perdonado. El perdón de Dios, así como es divino, es exigente, y uno mismo es el que decide si condenarse o salvarse, exigiéndose a uno mismo el verdadero arrepentimiento de la falta cometida y tomando la firme decisión de no volver a fallar. Dios no condena a nadie. El hombre se condena a sí mismo.

Volviendo a la justicia humana, debemos considerar los agravantes y atenuantes de culpa, los errores humanos del que juzga, las circunstancias en que se cometió la falta, etc. Todo esto puede y debe influir en la decisión del castigo o la pena a cumplir. La justicia humana es frágil y puede ser injusta, muy injusta, porque somos seres humanos.

Sí. ¡Es cierto!, la justicia humana lleva un castigo que puede ser duro y en la justicia divina, es factible que no haya castigo alguno, porque al morir la persona, no sabemos lo que hay del otro lado y si se condenará o no, si habrá castigo o no. ¡Es verdad! Nadie ha vuelto para informarnos si existe o no el castigo eterno. Nadie puede probar que existe. Lo que sí es verdad, es que es muy triste que creamos que todo en la vida se resuelve aquí y que al morir todo desaparece. Todo lo que hicimos en la vida fue vegetar, unos con más felicidad que otros. Si creemos en la justicia divina, debemos aceptar que el ser humano no fue sólo un animal más de la creación, sino que el hombre, con su capacidad de discernimiento, puede obrar y tiene el libre albedrío y la libertad de decidir lo que le conviene. Las injusticias del mundo existen para que los seres humanos aprendamos a darnos la mano y a ayudarnos los unos a los otros y podamos, por medio de nuestras acciones lograr cada uno individualmente la gloria celestial.

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Robin Hood

En verdad no es una buena comparación, aunque se decía que Robin Hood robaba a los ricos para dar a los pobres. El Gobierno aparentemente pretende usar como propaganda política esa leyenda y decir que actúa como un Robin Hood moderno, al quitar las utilidades a la Banca (y luego a los comerciantes, industriales y empresarios) y con ellas aumentar el bono a los más necesitados.

Robin Hood no robaba a los ricos, sino al Rey Juan, quien se había apoderado del reino de su hermano, el Rey Ricardo, y por medio del Sheriff de Nottingham, cobraba excesivos impuestos, ahogando a la gente del reino para enriquecerse él y su camarilla. El usar las utilidades de la Banca para aumentar el bono, es robar al que trabaja, al que invierte su dinero para generar riqueza y trabajo, al que paga impuestos, no al que se ha apropiado de algo ajeno, como era el caso del Rey Juan. Robin Hood nunca le robó a un vecino rico para darle a otro pobre. Le robaba al ladrón, al usurpador, al Rey Juan y al Sheriff fe Nottingham, por eso es el refrán que dice: “Ladrón que roba a ladrón, cien años ha de perdón.” En este caso el banquero es parte del pueblo.

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