23 abril, 2024

Cada uno por su lado

En toda sociedad hay dos grandes intereses opuestos. Uno es el de los más inteligentes, más trabajadores, más arriesgados, que producto de su inventiva y esfuerzo acumulan riqueza y, para promover y salvaguardar esa riqueza, tratan de controlar el Estado. Una sociedad en que imperan esos intereses trae la concentración de la riqueza en unos pocos y un estado preocupado de favorecer a esos pocos. Como esas sociedades generan riqueza ofrecen a la ciudadanía una esperanza de progreso plasmada en la droga del consumismo. En su extremo extremo está el espeluznante mundo dirigido por el egoísmo que propone Ayn Rand.

Otro interés es el de los que quieren la igualdad. Como no somos ni nacemos iguales hay que forzarla a través de cargas impositivas a los que producen o de estructuras comunitarias. Esa igualdad forzada lleva al desaliento de los más productivos y al empobrecimiento económico de la sociedad. El poder pasa a estar en manos de los que no producen riqueza, encaramados en la estructura del Estado. Se llenan la boca de palabras rimbombantes, de estudios sociológicos de poca utilidad expuestos en interminables congresos, crean enemigos externos y proclaman la pureza de su doctrina. Esas sociedades colapsan por el hastío de sus habitantes con ese empobrecimiento, por más que se los incentive a ser pobres con ideologías y se construya muros para aislarlos.

Ambas sociedades subsisten porque los poderosos controlan las fuerzas del orden y los medios de comunicación, que pasan a ser sustituto de la verdad. En ambas sociedades los que esperan dirigirlas tienen que ganarse a la gran mayoría de los ciudadanos que quiere un trabajo que le permita una vida digna, sanarse cuando enfermos y educar a sus hijos. Para ello los poderosos utilizan el engaño, a través de un mercadeo científico.

El deseo de poder y de riqueza es producto inevitable de lo corta que es la vida humana, durante la cual tratamos de sacarle el mayor provecho aunque sea pisoteando al resto. Es diferente, o debería ser diferente, cuando se ve la vida en la tierra como un paso a otra vida, y por lo tanto, hacemos el esfuerzo, a veces pequeñito, pero esfuerzo, de prepararnos para esa otra vida. En ello la doctrina de la Iglesia expresada por los Papas en múltiples encíclicas ofrece un camino hacia una sociedad justa y productiva.

¿Cuál sería una sociedad justa y productiva? Creo que una en que los más capaces sean dados rienda libre para generar riqueza y hacerse ricos en el proceso, en la que los incapaces de adaptarse a la sociedad reciban apoyo y en que el resto tenga trabajo, salud y educación en función de su esfuerzo, para alcanzar vidas dignas. Para que ello sea posible el Estado no puede estar en manos de extrema derecha ni de extrema izquierda. Tampoco debería elegir a sus líderes sustentados en engañosas campañas mediáticas.

Para lograr esa sociedad justa y productiva tenemos no solamente que hacer acerba crítica de la existente, sino trabajar por la que queremos. Votando por quienes la propugnan y participando en la vida política de la sociedad. La democracia conlleva participación, las tiranías de derecha o izquierda acatamiento a dogmas inmutables. Eso quiere decir dar un poquito menos de tiempo a hacer dinero y un poquito más a la participar, no sólo a criticar. Si no participamos, lo harán los que no nos gustan.

Aparte de criticar al gobierno de turno, ¿qué estamos haciendo para tener uno mejor?

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