29 marzo, 2024

La muerte del Divo

“Ha muerte el Divo”. La noticia la trajo el viento y se enteró todo el mundo. Las ardillas, los gorriones y las lechuzas detuvieron sus cantos y se echaron a llorar. Lloraron cantando como se hace cuando un cantor muere y se convierte en inmortal. Enseguida las flores se formaron en guirnaldas para acompañar a quien las había tantas veces encantado con su encanto de vivir y de cantar a la gente.  Flores, miles de madrigales se ordenaron en desfile para desfilar en homenaje a quien cuando cantaba le cantaba a la vida, a la belleza, al jolgorio.

El Divo ha muerto y la tristeza está más triste aún. El Búho se ha dispuesto a cerrar los ojos para que no vean sus lágrimas oscuras que han teñido de amargura el pozo donde los elefantes beben y se reproducen escuchando al Divo recitar “Querida”. Las jirafas han soltado sus colores y han desprendido sus largos cuellos para ofrecerles en señal de luto por la pérdida temprana  del Divo de Juárez, tan amado y tan burlado por sus misteriosas formas que envolvían su potente voz, su cariñosa e inolvidable voz.

Juan Gabriel ya no está, no vivo ni muerto ni agonía ni desesperanza. Ya es recuerdo, memoria, tribulación, desahogo. Qué extraña la vida: vivos todo el tiempo para luego estar muertos sin tiempo ni presencia. Ahora Juanca, es una larga ausencia, insuperable, insensata, inhumana. Siniestro Juan Gabriel, infame, has sido humano y también te has tenido que morir. Muerto estás siendo así el muerto de la voz más exquisita y tierna que derrumbaba puertas y descubrías minas que escondían zafiros y azucenas.

El risco no dejará de ser abismo. El abismo será por siempre acantilado. La abeja seguirá produciendo miel de campo y de mariposas. Sólo que tú ya no aparecerás ante la puerta para reclamar tú lugar, tú espacio, estirpe de charro mexicano que no tiene miedo de chapos ni tramposos. Lo tuyo es cantar, pero ya no es, fuiste, pereciste, sino te has dado cuenta, entérate de una vez, se te acabo la historia, para nunca jamás, ahora nos queda tu memoria de hombre enloquecido por contarnos una vida rica que está en nuestro camino aunque no seamos buenos de alma y nos sobren pecados.

No te libraste de morir, quizás sea porque nadie tiene esta libertad de no ser ni parecer cuando muerto estemos y seamos muerto. La misma muerte que se llevó a la orquídea verde que nació hace mil años y suspiraba perfumes cada mañana que volvía a nacer. Miles de margaritas y girasoles amarillos han volado hasta el cielo para gritar tu muerte que también es la muerte de cualquiera que se muere un día a una hora cualquiera y que nos deja recuerdos chicos y grandes.

En el  féretro,  junto a ti, el  miedo de todos los vivos a morir. Nadie puede con la muerte. Nadie nos quita la muerte. Escribo porque existe un final: para la fama, para la fortuna, para la piedra en la que escribo mi nombre para que no me olviden. El final te llegó y ¿qué empieza ahora? Dejo a un lado el teclado y me pongo a escuchar tus canciones, tengo cuerda, aún, para escucharte y beber ese tequila que prometes en tus canciones cuando nos mentías, diciéndonos que jamás te nos ibas a ir. O de pronto eso es cierto, resulta ser claro y estás ahí en cada palabra, cada tono, cada melodía, cada canción que tú soñaste para hacer realidad la quieta idea de que todo el mundo te acompañé en tu funeral.

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