29 marzo, 2024

En defensa propia

Es indudable que los niveles de delincuencia se han incrementado en el Ecuador y los afectados son de todo tipo de estrato social. No respetan edad, sexo; nada les importa a los delincuentes.

Redes sociales y medios de comunicación nos informan a diario de acciones delictivas de distinta índole, unas con fuerza, otras avezadas, algunas horrendas, pero casi todas afectando a gente de trabajo, que con mucho esfuerzo ha adquirido lo que tiene.

A los pillos no los detienen las rejas, alarmas, cámaras, guardianía privada, muros o cualquier otra barrera que creativamente implementamos a nuestro alrededor para tratar de blindarnos contra sus ataques. Se ha discutido si se debería o no permitir el porte de armas a la ciudadanía, tema que abre un amplio debate por las consecuencias y peligros que trae su mal manejo. Sin embargo, personalmente pienso que se lo debería permitir, siempre que se cumpla con todos los requisitos que demanda tan alta responsabilidad, pues no todos tenemos la suerte de contar con seguridad armada asumida por el Estado.

Los delincuentes, si de algo están seguros, es de que ante sus asaltos y ataques sus víctimas no portan armas y que la Policía tiene limitaciones para cubrir y reaccionar ágilmente ante sus fechorías.

Es tiempo de reforzar controles con la contribución de las FF. AA., que si bien no han sido preparadas para el control civil, no es menos cierto que su presencia sería sin duda un importante elemento de control y disuasión.

Más allá de las medidas que se tomen para reprimir a la delincuencia, el problema de fondo sigue sin ser atacado. Son muchos los factores, como la falta de educación, formación moral en la familia y violencia intrafamiliar, pero la mayor causa sigue siendo el desempleo.

Con sorpresa leí que una propuesta ministerial para combatir lo es una reforma «parche» al Código del Trabajo, que incluye la reducción de la jornada laboral y el paro parcial de la empresa. Con certeza, una decisión golondrina y aislada no va a contribuir a disminuir o erradicar el desempleo y menos la delincuencia.

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El Espíritu Santo, los Gritos y los Desmayos

a.   Con
lo sucedido el día Pentecostés, diríase que se inauguró la Era del Espíritu Santo[2].
En toda ‘inauguración’, suelen hacerse cosas llamativas para impactar
y dar a conocer que, por ejemplo, el Colegio o el Centro comercial empiezan a
funcionar: se contrata una banda de música, se hacen fuegos artificiales, se
destapa el champán….Sin embargo, lo importante para el entorno social es
lo que viene tras la inauguración: la labor diaria, callada, perseverante, nada
estruendosa del Centro en cuestión. Valiéndome de este ejemplo, creo que ésta
es la explicación del perfil extraordinario de aquel primer Pentecostés. Jesús
había prometido al Espíritu a la Iglesia[3],
era necesario que los Apóstoles y la primitiva comunidad supiera que el Señor
había cumplido Su promesa: “No se
ausenten de Jerusalén, sino esperen lo que ha prometido el Padre, de lo que ya
les he hablado”
[4].
Sin embargo, hoy, al Espíritu Santo se le asocia con lo extravagante, lo impresionante,
lo estrafalario y lo insólito: reuniones escandalosas, gritos, desmayos, manos
en alto… 

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