19 abril, 2024

Mi luz son ellos

Empezar de nuevo. Emprender un prolijo viaje al parque donde siempre paseas al perro, pero esta vez vendada, sin perro y sin apegos. Decir adiós a los amigos. Dar la bienvenida a los extraños. Cambiarte el nombre. Decir que sí. Sonreír. Pretender. Ante ellos no. Ante ellos siempre fuiste tú misma. Te recibieron sin expectativas. Los atiborraste de sueños e ideas. Desvelaste pedazos de tu historia. Se mostraron vulnerables y auténticos. Gracias. Siempre gracias.

Despertabas muchas veces con los ojos y sin el cuerpo. Andabas como perdida, sumida en una ola que nunca descendía. Ellos fueron tu ancla. Llegaron playa, se impusieron como tierra firme. La ola cedió al mar y te convertiste en faro. La luz que siempre soñaron sin comprender que aquel sueño les pertenecía. Fueron días alegres. Y tristes. También fueron días tristes. ¿Recuerdas cuando uno de ellos te confió un secreto y tú abriste un hoyo en tierra húmeda para guardarlo? Después de aquella vez primera, tuviste que cavar más hondo. Una hilera de hoyos por cada secreto revelado. Llegaban por todos los medios. Dibujos sangrantes, palabras sufridas, ojos de vidrio. Llegaron también rimas de colores, risas pomposas, abrazos inesperados. No sabías qué hacer con tanto amor en bandeja. Y lo repartiste entre ellos.

Sabías que el amanecer no duraría para siempre. Así que cantaste tus mejores compases y compartiste lo que bailaba muy dentro. No tuviste miedo. Fuiste transparente. Ellos igual. Gracias. Siempre gracias. Se acercaban por la mañana con poemas y juegos. Pasado el mediodía, algunos lloraban. Otros callaban. Comprendiste que tu vocación era la empatía, precisamente porque les diste a ellos lo que anhelabas para ti: la comprensión.

Al atardecer caminando a casa, soltabas una lágrima que venía luchando desde la lluvia. Llorabas en secreto por ellos y por ti, de cierta forma ya no había distinción. Y quizás en esos breves momentos, te salvaron. Una y otra vez. Gracias. Siempre gracias. Si supieran… De seguro lo presienten. Cómo encendieron tu vida. Cómo colmaron las horas de minutos, de menudencias incuestionablemente valiosas para ti. Ay, los detalles. Nacían como pétalos, ondeaban como sirenas. Brotaban con tanta naturalidad. En sus ojos habitaban mil sueños. Una a una, guardaste las perlas que se desprendían del corazón. Te llenaron de fuerza, de esperanza, de alegría. Cómo encendieron tu vida. Dios sabrá si lo merecías. Dales gracias. Siempre gracias.

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Hay palabras que se gastan de tanto usarlas. ¿Hay afirmaciones que, a fuerza de repetirlas, pierden su fuerza? ¿Cuánto vale un “te quiero” dicho sin alma? ¿De qué sirve pronunciar un nombre, si olvidas a la persona que hay detrás? Decía aquel mandamiento “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Es una idea sorprendente. Tomar un nombre en vano. Decir con los labios lo que la vida no dice. Pronunciar sin sonrojo palabras que habría que decir de puntillas, como compasión, justicia, pobres o amor, NAVIDAD. Es bonito pensar en el poder de las palabras, o en nuestro poder –y responsabilidad- al pronunciarlas.

HOY que comenzamos, una vez más el tiempo de adviento, tomo unas reflexiones del cyber espacio (pastoralsj.org) que nos ayuden a pensar antes de hablar, actuar y decir un te quiero cotidiano, un te amo papá o mamá, o una feliz navidad, un feliz año. Seguro algunos ¿muchos? Ya están pensando ¿a dónde ir? ¿qué regalar? Lo que quiere decir, ¿qué comprar? ¿qué consumir? ¿a dónde y con quién festejar la navidad y fin de año?

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