28 marzo, 2024

El sabio y los cuatro periodistas ateos…

Era presidente del Consejo Editorial de Diario el Telégrafo. Tenía la visita de cuatro periodistas internacionales que habían acudido al diario y por mi cargo; debía recibirlos.

Pertenecían a la international world press y mientras me hablaban hacían gala de su condición de ateos. Decían que Dios no existía, que era una invención del hombre. Yo por el contrario les decía que se lo podía ver en todo lo existente, por lo que a cada momento la conversación se subía de tono.

Entonces, uno de ellos me retó a que le probara de una forma inteligente que Dios sí existía. Le dije que me era bastante difícil hacerlo, porque yo no era muy inteligente y por eso les iba a contar una historia que en ese mismo momento se me había ocurrido y que decía:

Había una vez cuatro periodistas ateos. Pertenecían a los más prestigiosos periódicos del mundo. No creían en Dios y hablaban mal de él cada vez que podían. Continuamente se reían del Creador, refiriéndose a él con sarcasmo y sorna. Cuando escribían trasmitían al mundo su falta de fe.

Un día fueron a entrevistar a un sabio. Este era el más grande talento que tenía la humanidad. Había hecho uno de los descubrimientos más importantes de la historia y con su logro, se iba a beneficiar toda la raza humana. Su inteligencia era patrimonio del mundo y sólo se comparaba a su humildad.

El día de la entrevista encontraron al sabio sentado en un taburete de madera. Estaba en una habitación de treinta metros cuadrados y miraba absorto a una metrópoli en miniatura que tenía a sus pies. Las casas de la pequeña ciudad eran perfectas, todas estaban iluminadas y eran de múltiples colores. Sus calles eran perfectamente planificadas y las luces de los semáforos sincronizaban el exacto desplazamiento de los veloces vehículos que transitaban por las avenidas.

Minúsculos hombres, mujeres y niños con sus mascotas, se movían en todas las direcciones sin chocar o interferirse entre sí. El sonido del motor de los carros y los bulliciosos pitos, solo eran callados por el ensordecedor ruido producido por el paso de los aviones que continuamente despegaban de los cuatro aeropuertos que existían.

Al cruzar los trenes por su periferia, hacían un alto perfecto para esperar que el puente elevadizo que era activado por sensores, volviera a su lugar después de haber cedido el paso a los barcos que cruzaban por el río.

La ciudad era perfecta y además hermosa. Todo en ella estaba completamente ordenado y sincronizado. Cada objeto tenía su razón de ser y todo funcionaba a su debido tiempo.

Los cuatro ateos se habían quedado maravillados al ver la metrópoli en miniatura. Extasiados y sin poder articular palabra alguna exclamaron ante el sabio:

– ¡Qué hermosa ciudad!-

– ¡Qué perfecta!-

El anciano permanecía sentado sin mirarlos; pero escuchando atentamente el júbilo de los ateos mientras se sonreía. Llenos de curiosidad e intriga los periodistas le volvieron a preguntar:

– ¡Maestro, maestro!- ¿Quién construyó la ciudad?-

El sabio respondió: -¡se hizo sola!-

-¡Imposible!- dijeron los ateos.

Sin inmutarse el sabio replicó: -¡sí… la ciudad se hizo a sí misma!- Los periodistas primero se rieron; pero luego se enojaron pensando que era una tomadura de pelo por parte del sabio y también un desprecio de su inteligencia superior.

Una vez agotada su paciencia, enfrentaron al genio y recriminándole le gritaron:

-¿Nos crees tontos? –

¿Cómo pretendes que supongamos que algo tan perfecto, complejo y complicado como esta ciudad se haya hecho así misma?

El sabio por primera vez los miró… y les dijo:

-Veo que les parece imposible-

Por sus rostros y dudas, entiendo que como seres inteligentes que son, no admitan la posibilidad de que algo tan complejo como esta pequeña metrópoli en miniatura se haya podido hacer a sí misma.

-¡Efectivamente!- respondieron los periodistas.

Entonces; dijo el sabio: ¿Cómo creen que algo tan perfecto y complejo como el Universo, pudiera también haberse hecho a sí mismo?

– ! La ciudad la hice yo y Dios el Universo! -.

¡La repuesta fue lapidaria!…

Cabizbajos, en silencio y con vergüenza, los cuatro periodistas ateos dieron media vuelta y se marcharon. Dios no es un producto de la fe. No es un anhelo, ni una ilusión. Tampoco es un invento humano.

Es el Creador de todo; incluso de aquellos que niegan su existencia.

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