19 abril, 2024

Los designios de Dios

El hombre más seguro de sí mismo que he conocido soy yo. He vivido una vida maravillosa. Soy un individuo plenamente realizado para el que la existencia es una gran aventura.

Amo y me aman los que amo de una manera que no merecí. En las existencias como la mía, la pasión es una forma de vivir. Tengo lo indispensable para subsistir, mantengo una salud que no molesta a nadie y obtengo más amor del que requiero. No creo que exista una mejor manera de vivir.

El tiempo es una brisa que se va con mucha prisa. Somos inconscientes de la sin conciencia del vivir. No comprendemos la percepción real de nuestro ahora. Nos creemos dueños de la infinitud del tiempo. Prometemos hacer cosas para nuestro futuro.
Lo aseveramos como si fuéramos los planificadores del porvenir.

Hace varios meses la misma vida me obligó a poner mis pies sobre la tierra. Tengo muchísimos defectos, pero poseo dos pequeñas virtudes. Soy buen amigo y buen enemigo. Digo esto porque hablándome a mí mismo no me puedo mentir. No hay verdad más absoluta que la dicha por nosotros para ser oída por nosotros. Al escribir lo que se piensa se transcribe aquello que se siente.

Dos de los hombres más importantes de mi vida están enfermos. Los amo entrañablemente. Su presencia en mi existencia ha sido determinante para mí felicidad. Todas mis locuras y corduras fueron hechas con su complicidad. Sea importante o insignificante fue compartido con su amor. Son hermanos cuya sangre es mi propia sangre para mí. Ellos hubieran dado su vida para que yo pueda vivir.

El amor no admite pruebas entre los amigos que se quieren. Este par de hermanos siempre me han dado pruebas de su incondicional amor. Los vínculos que hemos construido a través de los caminos recorridos, nos han hecho fraguar una hermandad que alguna vez tuvo un principio y jamás tendrá su fin.

Todo estaba bien en la vida de todos y se encontraba como debería de estar; hasta que un fatal día mis dos hermanos fueron golpeados por la enfermedad. Cuando tuve conciencia de lo que sucedía sentí cómo que me partía un rayo; Me quedé perplejo, era incapaz de reaccionar. Yo que vanidosamente presumía saber las respuestas de todas las preguntas; me encontraba sin poder hablar.

No aceptaba aquello que pasaba. Me convertí en un desquiciado al que pretendían amarrar. Lloraba a cada instante; no me podía controlar. No admitía que se pudieran ir de mi vida para siempre. Conmocionado y aprisionado por la sinrazón, llamé a uno de ellos. Mientras le reclamaba lo increpaba de por qué se había enfermado. Le grité groseramente que no podía morirse, por el daño que me causaría su partida. No me daba cuenta del dolor que le causaba. En lugar de confortarlo, mi egoísmo solo me hacía pensar en cuanto yo iba a sufrir.

Con mi otro hermano fue distinto porque me negaba a aceptar su inexorable realidad. Imbuido de optimismo pretendía minimizar la inapelable sentencia que tenía.

Esta desgracia de mis hermanos; cambió mi vida. Hace pocos meses atrás, otro querido hermano mío había partido. Desde el día que supe de la realidad de ambos no he parado de llorar. Cuando estoy con ellos trato de ser risas y sonrisas. Pero en la introspección de mis sentires, padezco un desgarrador dolor que me lacera él alma. Es un sufrimiento que me corroe de tristeza en una forma inenarrable.

Hace pocas noches vi a un predicador en la televisión. Era norteamericano y decía que la oración que más valía era que se hacía en privado y no la que se hacía en público. Él contaba que oraba en el momento de ducharse y primero adoraba a dios para luego pedirle lo que necesitaba. Me pareció tan lógico aquello que decía, que decidí hacerlo también.

Al día siguiente me fui a bañar. Estando bajo la ducha comencé a venerar a Dios. Después de agradecerle por todo el amor que ha dado tanta gente que me quiere y de las infinitas bendiciones que me ha otorgado a través de los dones que poseo, le pedí que se llevara mi vida a cambio de la vida de mis dos hermanos.

No fueron palabras dichas por decir. No fueron frases de lirismo falso que necesitaban ser oídas. Me encontraba conmigo y mis pensares. Solo estábamos Dios y yo. Lo que dije fue una de las más auténticas verdades que han salido de mi triste corazón. Mi razonamiento analizó la hermosa existencia que había tenido y por haberla vivido de tan buena manera, no tenía nada que pedirle para mí. Por el contrario, al creador le ofrendaba lo mejor que yo tenía y que había sido mi vida, a cambio de la vida de los dos seres que amaba y eran mucho mejor seres que yo. Estaba convencido que lo que había pedido se me iba a conceder.

Al paso de los días cuando nada sucedía, supe que no se me lo había otorgado. El creador sabe por qué hace todas las cosas. Por injustas que parezcan, las mismas siempre tienen un sentido y su continuidad. El otro día almorzaba con uno de mis dos hermanos; pero no pude más y me quebré. Me puse a llorar desconsoladamente en su presencia y entre lágrimas, gemidos y sollozos, le decía lo que le había pedido a Dios.

Él tenía el problema de su salud y sin embargo era quién me consolaba. Yo debía darle la fuerza que el necesitaba y era yo el que me resquebrajaba. Ahora sé cómo todo empezó, pero no sé cómo todo terminará. Amo a estos hombres como amo a mi vida; por eso ofrecí la mía para que continuara la de ellos.

Nadie sabe los designios del creador; a lo mejor a mí me toca partir primero. La felicidad del ser humano está dada por la falsa convicción de una ilusa eternidad que creemos poseer. Descubrir que la vida es finita a través de la terminación de los que amamos, hace que nuestra propia vida sea limitada en la verdadera realidad del tiempo que nos queda.

Adoro a mis dos hermanos de la misma manera como adoro a Dios. Humildemente me someto a su sabiduría para que se cumplan los designios que se tienen que cumplir.

Lo que deba de suceder; sucederá…todo está contemplado en la velocidad del vivir.

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Pedro Aguayo Cubillo

Guayaquil es inmortal por guayaquileños como Don Pedro Aguayo Cubillo. Recientemente en un solemne acto le fue conferida la presea “Vicente Rocafuerte” de la Asamblea Nacional. Un homenaje que enaltece a la ciudad pues si decimos que por sus obras los conoceréis, entonces la gran ejecutoria de Don Pedro al servicio ciudadano y publico, lo convierten en un hombre íntegro, cuya vida es ejemplo de virtudes mostradas a los ciudadanos tal cual son. Un hombre bueno, desprendido, iniciador, optimista, incansable y batallador.

Don Pedro Aguayo cree en la gente y la gente cree en él. Hombre destacado, cuya intranquilidad genera tranquilidad a quienes sirve, pues no descansa en ofrecer, atender e impulsar proyectos que directamente le solucionan carencias y necesidades a los ciudadanos. Ya sea en el programa Aprendamos, el de Jóvenes Emprendedores, bachiller digital y muchos otros.

2 comentarios

  1. Tarde o temprano el ser humano tiene que reconocer que si exsite un Creador, Jesucristo, Rey de Reyes. Felicito a usted por su verdad, someterse a los designios de DIOS, solo él sabe cuando debemos dejar este mundo pasajero y agregarnos a sus ejercitos celestiales.

  2. Hola Miguel.
    Quiero felicitarte por el artículo y añadir que, el ser humano, lleno de virtudes y defectos, reconoce su insignificancia en esta vida, cuando se siente impotente para alargar la vida del ser amado, cuando sus esfuerzos son vanos para detener el tiempo, la realización de los acontecimientos o los cataclismos naturales.
    Sé lo que es perder a un ser amado-como muchos lo sabrán-pues perder a nuestros padres, que representa un gran dolor, lo recibimos con resignación, por que sabemos que en su vejez, han cumplido con su hermoso ciclo de vida; pero, cuando se pierde a un «hermano», sea de sangre o de vida, nos deja el corazón herido, es como perder una parte de nosotros, como ir quedando más pequeños por dentro, es rememorar toda una vida junto a él y a la familia, romper un eslabón de nuestro linaje, ver como el tiempo implacable no se detiene y la vida continúa pese a tu dolor, y se encarga de sanar la herida, hasta que otra pérdida nos vuelva a destrozar.
    Saludos.

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