28 marzo, 2024

Carta para el cielo

La noche del 30 de marzo regresamos de Villa Juanita, nuestra casa de la playa. Lo primero que hice fue abrir la ventana que da al pasillo, miré hacía la esquina, ahí estaba la camita de Michu.

Michu no estaba en su camita, la noche anterior se había quedado dormida para siempre. Mi hijo Victorino la llevó metida en una caja de productos FUXION a la playa. Victorino llegó muy abatido, la pena era grande. Michu era su “chica ideal”, la mejor de todas (ciertamente muy bella), la que dormía en su cama, a pesar de su asma, la que lo esperaba para que le diera de comer, la que tocaba el vidrio de su ventana con sus patitas y maullaba con desesperación en los días de lluvia para que él la dejara entrar, pese a mi rotunda oposición. Michu me ganó siempre. Entraba cuando quería, me la topaba en las mañanas cuando bajaba a preparar el desayuno. ¡Victorino saca a esa gata de aquí! ¡Tú la dejaste entrar! ¡Fuera Michu, fuera!

En ocasiones, muchas, Michu al sentir que alguien se aproximaba simulaba ser un estatua. En el lugar que sea se quedaba paralizada, parecía un bello adorno o más bien una efigie egipcia, me daba tanto gusto su audacia y tenacidad que me acostumbré a no decir nada. Y de los desesperados gritos para que saquen a Michu de mi casa, empecé a ser su amiga y pasé a decir: Michu ven… ven Michito aquí te traigo tu comida.

En Navidad cuando ya estaba listo el pesebre era Michu quien ocupaba cada noche la paja preparada para colocar al niño Dios. Todos los amigos disfrutaban viendo a la gata, ahí descansando su siesta entre la Virgen María y San José.

Michu llegó a nuestra casa un día cuya fecha exacta no recuerdo, llamó a la puerta, mi hija Karyna salió y le puso comida, mi reacción fue decir enseguida: “No quiero gatos en esta casa”, con los perros, los hámster y la tortuga ya es demasiado (antes habíamos tenido una variedad de animales pese a no vivir en una granja, incluye esa variedad, gallos, gallinas, gallinazos, etc.)

Pero hicieron caso omiso a mis palabras y me alegro de que haya sido así. Mis hijos han heredado de su padre el amor por la naturaleza y por los animales. No importa si se trata de una gata, de un gallinazo o de un búho.

Recuerdo que compramos la cadenita con su nombre, la misma que tenía al otro lado la imagen de San Francisco de Asís, el santo que amó tanto a los animales, considerándolos sus hermanos en Dios.

Mi hijo Victorino se enamoró de ella y fue Lidia quien la cuidó con un amor sobrehumano en sus últimos meses, cuando, no sabemos con certeza si un cáncer espantoso, una bacteria agresiva o el VIH de los gatos fue poco a poco arrebatándole la vida.

Una entre los cuatro hijos, en apariencia, no era muy amiga suya, aunque le daba de comer y la contaba entre los miembros de la familia, Paula. Cuando Michu murió Paula estaba fuera del país, decidimos no decirle nada hasta su regreso para no causarle esa pena, estando tan lejos de casa.

Pero al día siguiente del entierro de Michu, Paula me preguntó asiduamente por la gata. ¿Y Michu? ¿Cómo está Michu mami? Está bien el dije, está dormida. No quería mentir. Les intento enseñar con el ejemplo que no se deben decir mentiras.

-Mami, ¿la durmieron?

La pegunta de Paula hacía referencia a la posibilidad de quitarle la vida a la gatita para que no sufriera más por su enfermedad. Esa posibilidad la habíamos analizado con la Doctora Veterinaria, pero luego de una conversación entre todos los miembros de la familia, la descartamos. Michu viviría hasta que Dios así lo disponga, fue lo que decidimos.

Tuve que decirle a Paula la verdad. Michu está bien Paulita, porque está con Dios. Su almita está en el cielo, al fin ya no tiene dolor. Piensa en algo, Michu nos eligió para compartir con nosotros su última vida, acuérdate que los gatos tienen siete…

Paula me contó después que al finalizar nuestra conversación se puso a llorar y lo hizo toda la noche. Pero antes de desahogar la pena con su llanto, escribió una carta al cielo que me la envió y la comparto con ustedes:

“Se murió mi mejor amigo, mi gato”. Me dijo Bela a las 11:50 de la mañana en nuestro camino a la misa de 12. Durante la misa la noté muy triste. “Jesús ayuda mucho a Bela y también a su gato, para que este contigo en el cielo. También bendice mucho a mi gata, Michu, está enferma… bendícela.” fue lo único que pude pensar durante la misa. Cuando hablamos de mejores amigos pensamos solo en personas, en cómo podemos hablar con ellas y escucharlas. Como nos entendemos entre personas, ¡es increíble! Pero cuando vamos más allá de solo hablar con personas, aparecen esos seres, en verdad son ángeles. Les tengo miedo a los gatos, me pueden atacar, son como mini tigres. Pero hay una gata que cambio un poco mi forma de pensar. Nunca cargué a Michu, y no me arrepiento. Me gustaba estar con ella, era la gata más linda que podía existir. Pero nuestra relación era solo de hablar y nada más. Yo pensaba que era solo una gata, pero ahora me doy cuenta que cada vez que veía su plato vacío le ponía comida, cuando hacía “miau” trataba de ayudarla, cuando salía a caminar ella me seguía. Michu amaba molestar a mis perras, era muy valiente, ella era parte de mi familia, estaba loca. Sus últimos días los pasó con mucho dolor, pero mis familiares hicieron lo que pudieron, ella nunca estuvo sola, siempre estuvo y estará en mis oraciones. Ahora entiendo el dolor que sintió mi amiga Bela cuando perdió a su mejor amigo, y sé que aún sigue sufriendo. También se que Michu vivió una vida increíble y comió todos los ratones y ratas que pudo, aunque no se pudo comer a mi hámster, pero igual comió iguanas y pájaros. Michu es una razón más por la cual creó que el cielo existe, y sé que la volveré a ver, no sé cuándo, pero lo haré. ¡Gracias por escogernos en tu séptima vida!, Michu María Abad Arteaga.

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