19 marzo, 2024

La Estatua

El título tan escueto responde a una realidad inobjetable: hoy por hoy en la ciudad y en el país sólo se discute de una estatua y al paso que vamos, la discusión, alimentada por el odio y el resentimiento, tiene para rato, quizás recién ha comenzado.

Es destino de los hombres realmente transcendentes el generar polémica, durante su vida terrenal y después de ella, y mientras más trascendente su paso por la vida y sus obras, tanto mayor es la polémica que dejan atrás, tal y como sucede en este caso. Ejemplos sobran en nuestra historia: Rocafuerte, García Moreno, Alfaro, Velasco Ibarra. Como ya he manifestado en artículos anteriores, León forma parte de ése selecto grupo a los que Mons. Arregui, (nuestro Arzobispo y Presidente del Comité promotor de éste monumento), denominó en su momento y con mucho acierto como los “forjadores de la historia”, y esto es un hecho cierto e inobjetable, hasta para sus críticos y enemigos. Por ahí, punto final a la discusión, pues nadie, ni siquiera el Presidente Correa como dueño del circo ni sus payasitos como el inefable Gobernador Cuero y los “diablumas”, lo discuten. Es claro que en el fondo de su corazón, lo que ellos quisieran es que la estatua o no se levante o se levante en algún remoto muladar, para escarnio del homenajeado y para alegría de sus pequeños espíritus y por cierto para satisfacer el afán de venganza de los AVCs hoy enquistados en el Gobierno, junto con alguno que otro guerrillero jubilado, como el que hoy se ha convertido en sepulturero de una institución fundamental del Estado ecuatoriano.

Eso es lo que los guayaquileños, encabezados por el Alcalde Nebot, no vamos a permitir, aunque ello implique el tener que esperar pacientemente algunos años para los que hoy nos desgobiernan pasen a la buhardilla de la historia, que es adonde pertenecen desde ya. Debemos tener muy claro que no sólo la voluntad ciudadana juega a nuestro favor sino que también el tiempo, con su fuerza inexorable, es y será nuestro aliado, pues en su devenir barre hasta con el polvo y deja visible sólo lo realmente sólido y bien cimentado. Así barrerá, más temprano que tarde, con la que esperamos será esta no tan larga noche tercermundista.

En este caso en particular, el monumento no sólo genera polémica y disensos por su ubicación, resulta que hasta la escultura en sí misma levanta vientos y tempestades. Múltiples y contradictorios comentarios se han vertido en los últimos meses y semanas, sobre la concepción misma del busto que tarde o temprano se ubicará adonde queremos los guayaquileños, y muchos de estos comentarios provienen de personas a las que mucho aprecio personalmente pues algunas provienen incluso de cercanos amigos míos. Creo, hablando con absoluta sinceridad, que todas estas opiniones son respetables y debidamente razonadas y por ende no encuentro oportuno el entrar a analizarlas ni a apoyarlas o refutarlas, simplemente las acepto con amplitud de criterio aunque ciertamente no comparto algunas de ellas como ellos seguramente no compartirán algunos de los comentarios que consigno en este artículo.

Sin afán de añadir leña al fuego, aporto por mi lado un muy concreto comentario. Y es que simplemente quiero resaltar mi sorpresa y hasta mi admiración por la capacidad de Víctor Ochoa, el escultor español autor de esta y muchas otras obras, para haber podido captar la fuerza interna que poseía León Febres Cordero, sin jamás haberlo conocido personalmente, y lograr plasmarla en un bronce como el que ha elaborado. Muchos podrán estar en desacuerdo con la forma en que la estatua representa al personaje, pero resulta inobjetable el que efectivamente del bronce que hoy analizamos, emana la misma fuerza que emanaba de León en vida. Y es que la fuerza de un espíritu no depende de la edad o de la salud, cuando existe como existía en el caso que hoy se discute, esa fuerza se hace evidente hasta el último instante de la vida.

Creo que los guayaquileños y nuestras autoridades debemos dominar nuestra indignación ante la ofensa grave que los esbirros del gobierno, encabezados triste es decirlo por una señora de aparentes múltiples talentos evidenciados en su continuo reciclaje dentro del Gabinete y en los libritos que publica, entre cuyos ancestros se incluye sangre guayaquileña, (alguna de cuyas ramas está incluso emparentada con el personaje de la estatua), y no debemos perder de vista que en este momento debemos pensar que como reza el dicho, “primero es lo primero”, y si pensamos con cabeza fría y con serenidad, veremos que aquí lo primero es el homenaje que como colectividad hemos decidido otorgarle a la memoria de quién refundó la ciudad. Luego vendrá el momento de sentarnos con paciencia a la vera del camino para ver pasar a los actuales sembradores de odio rumbo al basurero de la historia.

Tal y como escribí en Diciembre del año 2008, en un artículo publicado en el Diario Expreso, pocos días antes del tránsito final de León, su estatua debería estar ubicada en un lugar emblemático de la ciudad, en un lugar que no sólo lo sea hoy, sino que por la estructura de la ciudad, lo vaya a ser siempre. Ello, en mi personal opinión con la que sé discrepan algunos de los ya mencionados amigos, nos limita al casco central de la ciudad. No hay más alternativa si no queremos hacerle el juego a quienes hoy han llegado al patético y vergonzoso extremo de lograr que entre cuatro paredes refundidas dentro de un cuartel de policía, un juececito de ínfima categoría, disponga no sólo que no se ubique la estatua adonde legítimamente sus autoridades democráticamente electas habían decidido, sino incluso la prohibición de importar dicha escultura. No hay ley en que tal absurdo se pueda fundamentar, pero sin embargo, en esta macondiana etapa de nuestra historia que hoy vivimos, resulta claro que no hay ley que valga, más allá de la voluntad del “supremo” y de las pueblerinas y vergonzosas invenciones que generan algunos de sus secuaces inspirados en lo que vulgarmente se conoce como “sapada criolla”.

La ministra reciclada y los “diablumas”, han dicho que no se oponen al Monumento sino a la ubicación, pues bien, tomémosles la palabra, o por lo menos intentémoslo para terminar de desnudarlos frente la historia porque resulta claro que en esto también el Alcalde Nebot tiene la razón: no se trata de la ubicación sino de la estatua en sí misma. Si no fuera así: ¿ porque entonces prohibir ilegal e inconstitucionalmente su importación ?

Hay otros lugares, no muchos aunque algunos incluso mejores que el escogido inicialmente, adonde la estatua puede ser ubicada, aunque hay que tener el cuidado de no escoger alguno que ya haya sido declarado “patrimonio” nacional o cultural por la Ministra “multioficio” y sus esbirros. Claro que nada quita que en una de estas declaren hasta la ciudad entera como tales para poder cumplir con su objetivo de intervenir hasta el infinito en la decisión final, obstaculizándola hasta más no poder.

Se me ocurren unas pocas alternativas:

1. En el mismo Malecón, entre los dos Yacht Clubs, el civil y el naval. Claro que el lugar indicado sería precisamente adonde está uno de los precitados clubes, más exactamente el naval que queda exactamente al frente del Municipio, pero resulta claro que nuestros gallardos marinos no estarán dispuestos a tal sacrificio y eso obligaría a ubicar la estatua un poco más hacia el norte. Habría que introducir las modificaciones necesarias para crear una pequeña plazoleta y levantar un pequeño pedestal. Con la iluminación debida, que la tecnología moderna permite, en tal sitio estaría muy visible y estaría frente al Palacio Municipal y a la Gobernación, simbolizando así su paso por la Presidencia y por la Alcaldía. Y el Malecón, siempre será el Malecón.

2. Una segunda opción, que a mi juicio es mejor que la anterior, porque más justa y de mayor realce, sería rediseñar la Plaza San Francisco, para ubicar a Febres Cordero para siempre junto a Rocafuerte. El guayaquileño más emblemático del Siglo XIX y el más emblemático del Siglo XX. Por ahí, en el corazón mismo de la ciudad, transitan a diario miles de guayaquileños y extranjeros, y de esa forma nos aseguraríamos que las futuras generaciones no se olviden jamás de lo mucho que la ciudad le debe.

Yo personalmente tengo en mente otra forma de homenajear a León, aunque tengo claro que a más de uno le parecerá hasta descabellada. Guardemos la estatua a salvo, y ello implica no dejarla llegar al país o, si ya llegó, reembarcarla lo más pronto posible hacia lugar seguro por el tiempo que haga falta, y digo no en el país porque si queda en un recinto aduanero controlado por el Gobierno y los resentidos que lo integran, cualquier cosa puede pasar. Y mientras esperamos a que llegue el tiempo en que se pueda instalar, (no faltará mucho, históricamente hablando, aunque algunos piensen que sí…), hay algo que se puede hacer inmediatamente, sin necesidad de pedirle permiso al Gobierno ni a nadie, y es terminar de renombrar el Malecón. El Alcalde Nebot sabe bien que cuenta con el respaldo inmensamente mayoritario de la ciudadanía, (recordemos el resultado de la reciente encuesta para renombrar el conjunto de puentes sobre los ríos Daule y Babahoyo, encuesta que fue una estrepitosa derrota para el Gobierno), y bastaría que el Municipio emane la correspondiente Ordenanza, legalmente tramitada, para que en un instante, dicha vía pase a llamarse Malecón León Febres Cordero. No haría falta ninguna ceremonia y el cambio de los letreros en las esquinas se puede hacer o no hacer, lo importante es que en la mente y en el corazón de los guayaquileños, de nacimiento o de adopción, el Malecón cambiará de nombre y no habrá decreto “supremo” que valga ni pataleo de ninguna “boquita pintada” que pueda imponerse ni menos “recursos de amparo” ilegalmente concedidos que logren impedir que tal cambio de nombre se vuelva efectivo e irreversible, como digo, en un instante.

De esta forma evitaríamos conflictos que por el momento sólo benefician a los enemigos de León pues van logrando postergar el homenaje que queremos darle. Y van burlando nuestra voluntad soberana, sin que nos demos cuenta, hasta con nuestro involuntario apoyo al caer en la trampa que nos tienden.

Así, cada vez que Correa y sus payasitos y diablitos piensen en el Malecón o pasen por ahí, sentirán que desde lo profundo de sus portales, resuena nuestro grito ancestral, ése que precisamente León rescató del pasado, cuando tuvo que presidir, como Alcalde, sus primeras fiestas octubrinas allá por el año 1992, en una ceremonia en el Parque Seminario: “¡ VIVA GUAYAQUIL, CARAJO !”

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No hay comentarios

  1. MUY BUENO SU ARTICULO, SIEMPRE FUI DE LA IDEA QUE EL MALECON ANTES MALECON 2000, AL CAMBIAR EL NOMBRE SE LE DEVIO PONER LEON FEBRES CORDERO..EL ODIO Y LA ENVIDIA DE ESTA GENTE AMARGADA ES TREMENDA ES TANTA LA FURIA QUE TENGO DE VER QUE GENTE EXTRAÑA VENGA A IMPONERSE A LOS GUAYAQUILEÑOS, EN UN PROGRAMA DE CANAL 3 RAFAEL DECIA QUE LE GUSTAVA MAS COMO ERA ANTES EL MALECON, QUE HORROR!! ESE TIPO ESTA DE MENTE ACORDEMOSNOS QUE ESO ERA UNA PORQUERIA LLENA DE RATAS, GENTE BORRACHA DESNUDA, NO SE PODIA MIRAR PEOR PASAR CERCA, SI A BUCARAM SE LO VOTO X LOCO ESTE ESTA MUCHO PEOR…
    BASTA YA! NO NOS DEJEMOS QUE ESTOS INFAMES DAÑEN A NUESTRA BELLA PERLA DE EL PACIFICO..POR ESO NEBOT LE PEDIMOS 4 AÑOS MAS EN LA ALCALDIA SI ESTANDO UD. NOS HACEN ESTO QUE SERA SIN UD???

  2. Leon no permitiria!

    Que nadie lo cargue a empujones!!!…Y es eso lo que Nebot no puede permitir.

    Por principio y por respeto a su memoria, se debe colocar donde el Cabildo lo decidio y punto!,…Le asiste el poder legal, el derecho y la simpatia de la ciudadania que se identifica con LFC y su obra.

    Si estuviera vivo, aunque viejo y enfermo, no habria quien lo ‘mande’ a moverse.

    Y eso se respeta!

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