19 abril, 2024

Los "Castrati", "Voces de Ángeles" en la Ópera

En su libro “Historia de los Castrati”, Patrick Barbier inicia el primer capítulo con las siguientes palabras: “Al bajar su cuchillo el docto cirujano o el simple barbero del pueblo, tenían conciencia de estar decidiendo irrevocablemente la gloria o la vergüenza de un hombre”.

Durante el papado de Paulo IV (1555-1559) se expidió una bula que prohibió a las mujeres cantar en los templos católicos. La prohibición se basaba en una curiosa interpretación de palabras de San Pablo según quien “las mujeres deben mantener silencio en la Iglesia” se hizo costumbre que los niños integren los coros eclesiásticos al tener la voz aguda y flexible que se apreciaba para la música religiosa.

Pero los niños no tomaban muy en serio la ceremonia y su espíritu infantil los llevaba a distracciones. Además presentaban un grave problema: cuando al fin, luego de gran entrenamiento y años de sacrificios lograban la excelencia y algo de seriedad… ¡cambiaban de voz! Alguien descubrió alrededor del año 1.100 que al castrar al niño, esto no pasaba. Este niño conservaba la voz infantil pero obtendría el cuerpo de un hombre con esa capacidad pulmonar y la potencia de voz de un adulto, con lo cual el efecto era espectacular. Además, así dedicaba toda su vida a perfeccionar el arte del canto, obteniendo una técnica sumamente depurada.

Los castrati fueron populares inclusive cuando las mujeres fueron aceptadas; esto era debido a la extraordinaria técnica y capacidad vocal que poseían ya que al poco tiempo de la castración se dedicaban por entero al estudio musical vocal y a la práctica constante, alcanzando niveles de virtuosismo y técnica que no se ha vuelto a repetir hasta nuestros días.

En este universo del espectáculo clásico, lo peor y lo mejor que le podía suceder a un niño italiano era tener una voz hermosa. Si los padres accedían —en caso de que los tuvieran—, el infante era llevado al barbero de la esquina, donde la transformación se consumaba. La cirugía tomaba un par de horas. En realidad, el efecto del opio en los sentidos del muchacho era lo que requería mayor tiempo. Generalmente, la edad de los niños castrados oscilaba entre los nueve y quince años, lo que cortaba de tajo su madurez.

De la gran cantidad de niños que fueron castrados, sólo unos cuantos tuvieron la fortuna de cantar frente a las exigentes audiencias de la ópera europea. Y así, lastimosamente, si no lograban brillar en los escenarios, no solamente era el fracaso profesional a lo que se enfrentaban los castrati. En muchas ocasiones por no decir casi siempre lo que estaba en juego era su vida. De acuerdo con las habilidades del cirujano, la tasa de mortandad en las operaciones variaba, además de que el éxito de una mutilación nunca garantizaba una vida consagrada al estrellato, por una sencilla razón: después de la castración, los chicos eran sometidos a un intenso entrenamiento vocal y no todos alcanzaban la calidad que se exigía en el plano profesional. Muy pocos de ellos se convertían en estrellas rutilantes, que veían así compensado el sacrificio de su sexualidad.

Sin embargo, situémonos en la época para juzgar a estos padres. Pocas eran las posibilidades que tenían aquellos que no pertenecían a las clases nobles y el nivel de vida que se podían dar apenas era de subsistencia básica. El promedio de vida era muy bajo para las clases bajas. No existía clase media. Las posibilidades futuras estaban en los rangos bajos de la iglesia y en el ejército. En el primer caso se tenía que cumplir con las leyes del celibato y en el segundo caso podría sobrevenir una muerte temprana o una mutilación de por vida. ¿No era la castración un menor mal ante la posibilidad de vivir una vida cómoda y en ocasiones obtener fama y mucho dinero e influencia?

También destaquemos una diferenciación importante con los eunucos de oriente medio, que eran castrados siendo infantes, lo que les acentuaba características femeninas y una ausencia total del deseo sexual. En cambio los emasculados a partir de los 12 años tenían un desarrollo físico casi normal, y lograban una erección sin problemas. La obvia resistencia adicional que les proporcionaba su condición en el lecho, y su incapacidad para concebir, convirtió a los castrados en verdaderos trofeos para las mujeres de la época y fueron perseguidos con olfato de sabueso por decenas de damas aristócratas insaciables. Así, sabemos que el famosísimo Gasparo Pacchiarotti estuvo a punto de morir asesinado por encargo como consecuencia de su romance con la marquesa Santa Marca, que Giusto Ferdinando Tenducci, amigo de Mozart, terminó preso por haber fugado con una joven admiradora cuyos padres le denunciaron y que Giovanni Battista Velluti, mujeriego empedernido, vivió en Rusia durante cierto tiempo con una duquesa. Existe, sin embargo, el caso de un castrado que se enamoró de una mujer y que y pidió permiso al Papa para casarse. El Prelado le envió como contestación “Fatty castrar meglio” (Haz que te castren mejor).

Los castrati aparecen por primera vez en la Opera en Orfeo de Monteverdi y las óperas italianas de esa época los utilizaron profusamente excluyendo casi por completo a las mujeres. De la vida cómoda que la Iglesia les permitía, pasan a poder obtener gran fama y fortuna gracias a su popularidad en la ópera Barroca. Las voces de los “castrati” conocidas como “Voci bianche” eran más poderosas, más flexibles y menos dulces que la de las mujeres, manteniendo su nivel de calidad por hasta 40 años.

Como bien dice Barbier: ‘Todo contribuía a que los “castrati” fueran asemejados a los ángeles en la imaginería popular… Objeto de contemplación y hasta de veneración, se los vinculaba con la figura tradicional del ángel músico y encaraban a la vez (por su música, mucho más que por sus actos) la pureza y la virginidad”.

Es interesante recordar que justamente en Nápoles donde existieron los más importantes conservatorios musicales de entonces, los pequemos castrados que allí estudiaban eran enviados vestidos como ángeles a los velorios de niños. Nápoles fue el centro más importante de producción de “castrati” para la opera y algunos de ellos se hicieron muy famosos y ricos. Castrati famosos fueron: Francesco Antonio Pistocchi, Antonio María Bernacchi, Gaetano Guadagni, Giambattista Velluti y Crescentini, maestro de la gran mezzosoprano española Isabel Cobran, esposa de Rossini. Mención especial merecen dos Castrati: Gaetano Maiorana alias “Caffarelli” que obligó a los compositores a arreglar una escena en una opera para que se cumpla su obsesión de entrar al escenario montado en un caballo; y, Carlo Broschi (1.705-1782) mejor conocido como “Farinelli.

Caffarelli, mencionado como Caffariello en “El barbero de Sevilla” de Rossini se llamó realmente Gaetano Majorano, pero adoptó su seudónimo artístico en homenaje a su primer profesor, el maestro Caffaro, si bien fue luego Porpora quien completó magistralmente su formación.

Era costumbre que los castrados adoptaran un seudónimo artístico que podía ser el que le atribuían sus admiradores o el que el mismo intérprete elegía en homenaje a algún benefactor o enseñante. Así Carlo Broschi eligió el de Farinelli en agradecimiento a los hermanos Farina, mecenas que pagaron durante muchos años sus estudios y manutención.

Algunos castrados eran conocidos por su potencia, otros por lo brillante de su ejecución. Gasparo Pacchierotti era conocido por su extraordinaria expresividad. En Roma estaba cantando “Arta Versi” de Bertoni, Pacchierotti llegó a la línea climática “eppur son inocente”. Esta línea era seguida de una exclamación orquestal. Pachierotti cantó su línea con todo el pathos, poder y expresividad de la que era capaz en forma brillante y espero por la intervención explosiva de la orquesta y… ¡niente! Pacchierotti se volteó en pánico hacia el Primer violín y preguntó asustado “¡Que ocurre!”. El Concertino le respondió: “¡Maestro! ¡No podemos tocar, estamos todos llorando!”.

El Más Famoso: FARINELLI.

Formado también por el notable maestro Porpora, Farinelli logró una celebridad tan extraordinaria debido a su asombroso talento que fue literalmente idolatrado por cuantos le escucharon. Dotado de cultura, simpatía y distinción, tuvo la amistad y protección de reyes, emperadores y el mismo Papa. Llamado a la corte de Felipe V de España, permaneció en ella durante más de veinte años como cantante personal del monarca logrando tal amistad e influencia sobre éste, al punto de poder decidir cuestiones de estado. Prácticamente cogobernó España con el rey y su sucesor y muchos sabían que para obtener un favor del monarca, era fundamental convencer a Farinelli. El rey había sufrido de lo que entonces se llamaba “melancolía” y que hoy llamaríamos seguramente “depresión nerviosa”, por lo cual la reina no tuvo mejor idea que llamar a la corte al cantante más famoso del mundo para calmar esa angustia cantándole todas las noches las mismas cuatro arias. Del éxito que tuvo en su intento, da cuenta cuanto aquí referimos.

Farinelli terminó sus días en su mansión de Bologna, colmada de preciosas obras de arte y recibiendo la visita de poderosas personalidades. Entre las características más sobresalientes de su personalidad, figuran sin lugar a dudas su auténtica modestia y su profundo fervor religioso. Además de reyes y otros gobernantes importantes, recibió con generosidad a músicos como Mozart, Gluck y Rossini y, como sucedía con muchos grandes cantantes de la época, concedía entrevistas a jóvenes en sus inicios de carrera lírica, ansiosos por recibir del gran maestro sus opiniones y consejos.

El Final de los Castrados

Hacia fines del siglo XVIII eran numerosos los intelectuales, escritores y pensadores diversos que alzaban sus voces airadas contra la práctica de la castración, que consideraban aberrante, y muy particularmente en Francia, donde nunca había sido bien vista. Pero fueron sobre todo las ideas libertarias de la Revolución Francesa y más tarde el propio Napoleón, lo que dio comienzo al inevitable fin de dicha práctica. En efecto, si bien el emperador admiraba y protegía al castrado Crescentini, el único, según se cuenta, que logró arrancarle lágrimas de emoción, su opinión al respecto no podía dejar dudas. Conquistada Roma, estableció en esta ciudad la pena capital para quien la practicara e instruyó a su hermano José, rey de Nápoles para que en ninguna escuela ni conservatorio napolitano se admitiera el ingreso de niños mutilados. También la Iglesia modificó su actitud permitiendo a partir de 1798 que las mujeres actuaran en los escenarios teatrales y declarando el papa Benedicto XIV que nunca era legal la amputación de cualquier parte del cuerpo, salvo en caso de absoluta necesidad médica.

No obstante, la castración se siguió practicando aún durante un tiempo aunque en muy menor cantidad de casos y ya en 1830, la despedida de Gianbattista Velluti de los escenarios líricos, significó la desaparición definitiva de castrados en la ópera.

Además, en 1838 un tenor llamado Gilbert Duprès, cantando una función de Lucia de Lammermoor de Donizetti hizo un do agudo (“de pecho”) con voz y no con falsete. Esto causó un gran impacto y puso en evidencia que si el tenor cantaba los agudos con voz imprimía más dramatismo a su canto y conseguía más intensidad emocional. Como el Romanticismo buscaba precisamente generar más dramatismo y emoción, empieza rápidamente a consolidarse la costumbre de que el tenor cante con voz, y la técnica de canto de los tenores empieza a evolucionar a fin de poder hacerlo, desplazando a los “castrati”.

Solo en el Vaticano y en otras iglesias, siguieron actuando hasta que un decreto del papa León XIII en 1902, prohibió definitivamente la utilización de castrados en ceremonias eclesiásticas. Algunas excepciones se hicieron de todos modos, particularmente con Alessandro Moreschi, el último castrado, quien se retiró en 1913 siendo el único que pudo dejar el testimonio de su voz para la posteridad en grabaciones realizadas en 1902 y 1904 que se pueden escuchar en la Internet. En 1922, a los sesenta y cuatro años de edad y tras haber cantado “con una lágrima en cada nota” el aria de Margarita del “Fausto” de Gounod en los elegantes salones romanos, moriría olvidado por todos, hasta por aquellos que alguna vez le habrían gritado entusiasmados “Evviva il coltello!” (¡Viva el cuchillo!), tal cual lo habían hecho otros en los tiempos de esplendor de estas rarezas vocales.

En la actualidad tenemos a los contratenores: tenor moderno con una voz de soprano cantando en el rango de su “falsetto” parecida a los castrati, pero eso fue materia de otro artículo.

Artículos relacionados

No hay comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

×