18 abril, 2024

La Poesía de la Semana: Contrabando en el Cielo

Eusebio Robledo, Abogado, poeta, orador y ensayista colombiano, nació en Caldas en 1872 y falleció en Bogotá en 1926. Fue Magistrado del Tribunal Superior de Medellín, Secretario de Hacienda y de Instrucción Pública de Antioquía. Socio de la Academia Nacional de Historia, de Jurisprudencia de Antioquía y Senador de la República. Durante su trabajo en el Ministerio de Instrucción Pública escribió la Reforma Universitaria (1905). Publicó además Notas humanas, Estética y literatura española, Nociones generales de estética de Historia de la Literatura española desde el Siglo I hasta el Siglo XIX y la Antología del temprano relato antioqueño. Colaboró en varias revistas, entre ellas: La Miscelánea, El Montañés, el Repertorio y la Revista Forense.

Es autor entre otras, de la hermosa poesía que pongo a continuación, que describe la gran esperanza que tenemos los católicos, por la fe en la misericordia de Dios y la intercesión de la Virgen María. Vale la pena conocer y recordar esta tierna historia de amor, de fe, de misericordia y de esperanza.

Contrabando en el cielo
Autor: Eusebio Robledo

Haciendo Dios un día
la visita en el cielo acostumbrada,
notó que cierta gente no tenía
una faz suficientemente pura,
y que se hallaba como avergonzada
con esas almas de inefable albura.

A San Pedro -se dijo- ¿Qué le pasa?
Tal vez su edad no escasa
el carácter le habrá debilitado;
preciso es sermonearle al descuidado.
Guardián: ¡que se le llame!…
Y al mismo instante un ángel
fue en su busca volando
y lo halló trabajando,
y con el ojo alerta,
tranquilo, vigilando,
al lado de la puerta.

-Lo he venido, San Pedro a reemplazar
un momento siquiera,
pues el buen Dios lo quiere interrogar.
Y San Pedro corrió, y con severa
actitud, el Señor lo reprendió
diciéndole: ¡No, no!
Esto no puede ser, tú estás dejando
entrar gente manchada
a esta, mi pura celestial morada-.

-Me confundes, buen Dios, repuso Pedro,
pues yo vivo en la puerta siempre en vela,
como perenne y listo centinela,
y a pesar de mi edad tan avanzada,
no se me pasa, por descuido, nada.
Créeme, buen Señor, no soy culpable
pues yo soy en mi puesto inexorable,
y ningún muerto ha entrado en esta corte
sin traer el debido pasaporte-.

Calma, le dijo Dios; -probablemente
se nos está engañando. Mira abajo,
¿conoces a esa gente?-
-¡Oh mi buen Dios!, te digo francamente
jamás por mí fue vista,
que no están en mi lista,
que no son en verdad de nuestro bando;
y que indudablemente
aquí se nos está haciendo contrabando;
pero yo te prometo, buen Señor,
sorprender pronto al responsable: y de no,
con dolor del alma mía,
te renuncio, Señor, la portería.

San Pedro echó después con gran cuidado

mil vueltas a las varias cerraduras,
y cuando estuvo bien asegurado
que no había rendija ni aberturas
por donde penetrar pudiera un alma;
y estando ya la noche un poco entrada
se sentó en plena calma
a vigilar la celestial morada.

Más, ¡Oh gran maravilla! De repente
y sin saber por dónde, cómo y cuándo
vio que una intrusa gente
al cielo y de rondón se iba colando.
San Pedro entonces, inmediatamente
mandó llamar a Dios para que viera
lo que estaba pasando,
y cuando hubo llegado, el buen portero
le hizo señas a Dios que se escondiera
allí, sin hacer ruido y que tuviera
oído agudo y ojo muy certero.

¡Y qué cuadro el que vieron!, ¡admirable!
por fuera del recinto habían quedado
muchas almas que Pedro, inexorable,
había en su puerta rechazado
porque no habían traído
el pasaporte íntegro y cumplido
y esas almas tan tristes exhalaban
tan amargos gemidos,
y quejas de tan gran melancolía,
que la Virgen María,
de ellas compadecida y no queriendo
que en vano así esa gente la implorara,
a los muros del cielo se subía
y desde allí, creyendo

que por la noche nadie la veía,
uno a uno iba alzando
con intensa alegría,
haciendo así a San Pedro contrabando.

Como San Pedro ya se vio triunfante,
probada su inocencia,
al buen Señor le dijo muy campante:
¡Al menos le hará Usted una advertencia!-
Mas el buen Dios que había reconocido
de los muros del cielo, allá en la altura
a su Madre, tan dulce, bella y pura,
le respondió con sin igual dulzura:
“¿y para qué? ¡Tú sabes cómo es Ella!”.

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Mucho se ha hablado y escrito sobre el General de División José Eloy Alfaro Delgado, quien nació en Montecristi, Manabí el 25 de junio de 1842, hijo de Juan Alfaro y González, Republicano Español natural de Cervera del Río Alhama (La Rioja, España) y llegó al Ecuador en calidad de exiliado político, y de María Natividad Delgado López, nacida en Montecristi el 8 de septiembre de 1808.

Estudió su primaria en su lugar natal y desde muy joven se identificó con el liberalismo anticlerical. Combatió a García Moreno, Borrero, Veintimilla y Caamaño. Pasó por muchas y serias dificultades en las diversas campañas que emprendió, tendientes a combatir la tiranía. En estos combates gastó su fortuna adquirida en Panamá con la ayuda de su esposa Ana Paredes Arosemena. De ese matrimonio nacieron nueve hijos y tuvo otro hijo fuera del matrimonio. Alfaro fue asesinado por una turba del pueblo quiteño, arrastrado y quemado el 28 de enero de 1912. Fue por dos períodos Presidente de la República y es considerado el líder de la Revolución liberal ecuatoriana.

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