18 abril, 2024

La oleada en Galapagos

Cuatro y treinta y ocho; sentado en la terraza de mi casa, mirando al mar de frente.

El, tranquilo; su color azul no nos decía nada. En cambio pensé: “qué exageración tanta medida de precaución”. Casi todo el pueblo desde temprano en la parte alta con aquel temor de morir arrastrado por la gran ola; aquella, que venía desde el otro lado del mundo.

La marea en su pleamar normal seguía subiendo, poco viento, el cielo nublándose anunciando lluvia. De pronto, mirando una de las piedras en frente veo que queda descubierta; la marea baja drásticamente empezándose a secar la bahía, el mar se pone calmo pero con un tintinar ligero sube de un momento a otro. Llega la primera ola más arriba que una marea alta normal. Me inquieto, pero sigo parado al filo del mar solo en mi terreno.

Es ahí cuando nuevamente se va el mar….se seca la bahía, silba el agua entre las piedras de la bahía que se van exponiendo, miro al frente el Islote Caamaño y también a los barcos que temprano abandonaron la bahía, y viene, con toda la fuerza la siguiente ola. Estremece por debajo de la plataforma donde estaba parado, tiembla, vibra duramente!,…observo a mi alrededor y veo cómo entra con toda su energía a tierra cubriendo otras terrazas, rompe todo el frente de un hotel de la bahía -sonando y estremeciendo cuando rompe vidrios, ventanas y maderas. Crujen los muelles del área, cae la electricidad del pueblo, empieza a oscurecer, y sigue entrando sus aguas con fuerza como rio desbordado llevando palos, troncos hacia el interior.

Dejo la terraza y retrocedo sin salir del terreno, queriendo ver los límites, los del mar o los míos, o pretendiendo y confiando que no debe aquel mar que pretendí irrespetarle subir más allá de lo que estoy viendo en ese momento, al no alejarme lo suficiente de él. Suenan las alarmas de propiedades que al romper el mar se activan. Un pelicano es arrojado muerto al pie mío. El ruido de roturas, de sus olas estrellando contra las piedras, la oscuridad que invade, me hacía ahora estremecer a mí, mientras no dejaba de mensajear por teléfono con decenas de amigos y familia que jamás me dejaron solo en esos instantes.

Como todo el mundo, en ocasiones deseo retroceder en el tiempo y cambiar algunos de los errores cometidos en mi juventud; pero ese viaje para atrás nadie puede hacerlo, sin importar cuán visibles se muestren sus consecuencias con el paso del tiempo: inexorables e irreversibles.

Pero lo que sí podemos hacer, basados en nuestra imaginación moral, ética y de los compromisos que vamos adquiriendo es vislumbrar el futuro gestado por nuestras elecciones hechas en el presente, aun mucho antes de que ese futuro nazca de aquellas personas que vivirán las consecuencias de lo que hacemos o dejamos de hacer.

Cada vez nuestro conocimiento va mas allá en saber que el mundo es nuestro hogar, lo experimentamos, lo estamos viviendo. Es una realidad. Ya no hay acción aislada, ya no podemos vivir indolentemente creyendo que algo que se ha hecho o hemos dejado de hacer no afecta a otros.

Un terremoto es una reacción de la naturaleza, sabemos sus orígenes y conocemos su imposibilidad de definir cuándo y cuántos habrán, sin embargo todo nos une, y entendemos que con la naturaleza no se juega, y esas distancias desconocidas del pasado, la ciencia y la tecnología hace que se acorten las mismas y que su conocimiento nos haga entender que debemos priorizar la sostenibilidad del planeta.

Estos terremotos sucederán con más frecuencia, ¿pero… sabemos si serán por consecuencias de la acción del hombre desde la era industrial en La Tierra, o deberán pasar dentro del proceso natural de ajuste del planeta en este insignificante momento del Universo dentro del finito (o infinito) de millones de años de existencia? Esta respuesta no la podré tener ni dar, pero lo que sí está en nuestras manos es seguir intentando ser responsable con el planeta y hacer el esfuerzo, al menos, de compartir esta idea. Ya no es tiempo de solo saberlo, es ya el momento de la acción.

La vida, nuestra vida, con sus acciones y consecuencias, no es patrimonio solo nuestro, es de todos los que nos rodea y del planeta. Esta, con nuestras libertades, derechos, deberes, pretensiones, aspiraciones, reglas de convivencia (en que en los Estados llamamos Constituciones) se forjan y se deben desarrollar cada vez en un marco de democracia y libertad. No podemos estar ya sujetos como en épocas pasadas a voluntades unipersonales. Hago referencia a este concepto ya que al vivir un evento como el que pasó, con el del tsunami en Galapagos aumenta mucho más el entendimiento que la verdadera dimensión de la vida, está en valores más sencillos pero más supremos: respeto, gratitud,trabajo, solidaridad, conocimiento, ciencia y humildad.

No comparto con este régimen muchos aspectos de fondo ni de forma de cómo hace y lleva el gobierno y el manejo de libertades y de política, tanto en lo económico como en lo social, pero en todo caso, debo reconocer que, en la decisión del manejo del posible desastre, fue acertada las decisiones que tomó.

Nacemos como “seres humanos”, los humanos mueren, los seres no. Los humanos necesitan trabajar y comer para vivir, los seres tienen misiones. Los humanos tienen límites, los seres no tienen. Los humanos envejecen, los seres evolucionan.

Solo evolucionando, cambiando, aceptando, podemos vivir y ser mejores. Estas olas nos dejan un gran mensaje, nos entrega una misión: debemos saber que hay leyes de la naturaleza que no podemos cambiarlas, es nuestro comportamiento con la sociedad, con el país, con el planeta que debe mejorar.

La ola se fue, debemos reparar la huella que ella dejó en nuestras islas.

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“Mi país es el mundo, y mi religión es hacer el bien” – Thomas Paine –

No seamos tontos, destrabemos las leyes que no nos permiten enseñar nuestro país y con eso traer dinero y generar trabajo. Desde la escuela hemos escuchado que Ecuador es uno de los países más bellos del planeta. A muchos les suena ya a canción trillada y un poco a fábula (hasta podemos llegar a imaginarnos que a los niños de otros lugares sus maestros les dicen lo mismo acerca de sus respectivos países). Sin embargo, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, las evidencias a favor de nuestra patria son abrumadoras, lo que ocurre es que el aprecio por uno mismo debe nacer desde dentro de uno, no desde un halago foráneo o externo a nuestra psique. Conocer Ecuador es conocernos a nosotros mismos.

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  1. Al leer su relato he recordado la poesía de Becker: «yo era la alta torre que desafiaba tu poder, tenías que estrellarte o que abatirme… no pudo ser». El mar fascina, pero atemoriza también, cuando con furia se estrella contra la tierra y arrasa con todo lo que encuentra a su paso. La Naturaleza nos pasa factura por todas las cosas que hacemos contra ella… y nos deja como doloroso mensaje que hay que cuidar el Planeta, porque no tenemos otro. Lamento que haya usted pasado por este percance.

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