29 marzo, 2024

Medio Siglo

Este 10 de marzo se cumplen 50 años de la huída a India de Su Santidad el XIV Dalai Lama. La situación era insostenible y Su Santidad, obedeciendo el consejo de todos sus asesores, y en contra de su voluntad, disfrazado de soldado, escapó en medio de la noche, en una huída, que por su quebrantada salud, casi le cuesta la vida.

La alternativa era escapar dejando abandonado a su suerte al pueblo entero que ve en su Santidad la encarnación de Chenrezig, el Buda de la Compasión y Protector del Tíbet, o quedarse para una muerte segura, o peor aún, para una prisión perpetua, provocando además la masacre de miles de tibetanos que protestaban vigorosamente en las calles de Lhasa, y la guerra de exterminio que vendría después.

Nueve años antes, en 1950, el Ejército de Liberación Popular, brazo armado del Partido Comunista Chino atravesó las fronteras e invadió el Tibet. Durante nueve años, el joven Dalai Lama – de 24 años en el momento de la huída – negoció con el gobierno comunista chino, que ocupaba su país. Eso lo obligó a permanecer en Pekin alrededor de un año, muy cercano a la personalidad arrolladora de Mao Dze-don. Eso fue el nacimiento político de uno de los dirigentes mundiales más astutos, brillantes y estelares que ha visto el siglo XX y lo que va del XXI.

En una entrevista que hace poco le realizaron al Dalai Lama, el periodista le preguntó si las multitudes que lo aclaman por doquier, en calles y auditorios, lo ponen nervioso. Respondió que no, en absoluto. El periodista insistió y le pregunto si nunca se había sentido nervioso. Pensando unos instantes, muy sinceramente, respondió que sí, que cuando se entrevistaba con Mao, se sentía, “muy, muy nervioso”.

El periodista, incansable como todos los de su especie, arremetió: “¿Y si ahora se entrevistara con los líderes chinos, también se pondría nervioso?” Su Santidad, sin siquiera pensarlo, dijo: “No, para nada. Ahora estoy viejo”. Eso es seguro, el Dalai Lama no solo que no teme al gobierno chino, sino que ha demostrado hasta la saciedad lo que puede la fuerza moral cuando esta inspira a la política: se convierte en un poder que reduce el poder de los poderosos a su verdadera y mínima dimensión.

En Tibet, actualmente hay entre 5 y 6 millones de tibetanos, tras la muerte de más de un millón durante los años de ocupación china, frente a 8 millones de chinos que han sido “transplantados” por el Gobierno Comunista al Techo del Mundo. El Dalai Lama Lidera un gobierno en el exilio que no es reconocido por ningún país. No tiene ejército a su mando, no tiene representaciones diplomáticas, no mueve un solo dólar de la economía mundial, ni emporios políticos o mediáticos. Y sin embargo, los dirigentes del país más poblado de la Tierra, potencia económica, poseedor de uno de los más numerosos ejércitos del planeta, potencia nuclear, proveedor emergente de bienes y mercado promisorio del mundo entero, con el partido político con mayor número de afiliados de la Tierra, le temen como al propio demonio. Los mismos jefes de gobierno y estadistas que no reconocen su gobierno, no vacilan en desafiar la rápida y fácil cólera china, reuniéndose con él, a pesar de las rabietas, amenazas y zapateos en que incurre la diplomacia china cada vez que eso ocurre.

No hay la menor duda que desde 1989, en que el Dalai Lama recibió el Premio Nobel de la Paz, mantiene en jaque al gobierno chino. Más allá de su humildad y sabiduría personal, su obcecada persistencia en mantener una vía de lucha pacífica por los derechos del Tibet, es sin lugar a dudas su arma política más consistente.

Cada día se desgasta más la eterna cantaleta china, y cada día genera menos impacto: qué “títere de la CIA”, “separatista”, “hipócrita”, “instigador de hechos violentos”, y mil etcéteras con que los medios de comunicación chinos diariamente bombardean a Su Santidad, y que asalariados o militantes, en múltiples páginas web repiten. Ya no les quedan más argumentos. Ahora se han dedicado a “recordar” que antes de la “liberación” realizada por el Ejército de Liberación Popular (léase ocupación) todos los tibetanos tenían la condición de “siervos” y los monjes la condición de amos. Lo que no pueden explicar es por qué entonces, en 1959 y ahora 50 años después, el pueblo tibetano no sacó a puntapiés a sus supuestos esclavizadores, por qué sigue protestando y enfrentando la muerte para escapar a la India y a Nepal, o enviando a sus hijos al exilio.

Las reacciones de Pekin son cada vez más desproporcionadas e histeroides. Estos días han sido de pesadilla para la dictadura comunista de Pekin. La sola cercanía del 10 de marzo los ha puesto a temblar. Aterrorizados, temen protestas y revueltas en Lhasa y otras ciudades tibetanas. Por eso han detenido “`preventivamente”, encarcelado y torturado a miles de sospechosos. Temen a la prensa internacional (ya sabemos que la prensa aterra a todos los tiranos), temen incluso a los turistas extranjeros. Es que no quieren ojos, oídos, cámaras o grabadoras que atestigüen la feroz represión que están dispuestos a desencadenar. Temen que el mal ejemplo se extienda a Sinjiang (otro país ocupado), y al cabo a toda China, país capitalista en lo económico, pero despiadada dictadura comunista en lo político. El gobierno comunista de Pekin no está dispuesto a permitir autonomías, derechos humanos, ni protestas. Por eso cerraron las fronteras del Tibet a todos los extranjeros periodistas o turistas desde hace unas semanas, mientras el gobernador de Tibet clamaba porque se envíen más fuerzas represivas, ya que las que había las consideraba insuficientes.

Entre tanto, la voz del Dalai Lama, que no exige la separación del Tibet de China y la constitución de un estado independiente, sino una autonomía efectiva, bajo soberanía china, quien ha manifestado una y mil veces, que de concretarse la autonomía regresará al Tibet ya no como dirigente político, sino solamente como líder religioso, clama por que no se hagan protestas violentas en el Tibet o fuera del él, porque las celebraciones del Losar (año nuevo tibetano), la festividad más importante del Tibet, se haga en privado. A Su Santidad le preocupa el derramamiento de sangre y trata de evitarlo, a lo comunistas chinos, no.

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