25 abril, 2024

SOLASOL, DOREMI…MISOLASOL, SI.

Tenía como cuarenta años y se me metió la idea de tocar piano. Soñaba con ejecutar el concierto número uno de Tchaykovsky y también un sueño de amor de Lizt. Muchas de esas melodías las había aprendido desde niño, ya que mi madre era concertista de piano y diariamente las tocaba. Por esa razón, desde muy pequeño comencé a amar la música clásica.

Por esas cosas propias de mi vehemencia, me vino la obsesión de tocar el piano. Mi mamá tenía uno hermoso que se lo había dado a mi hermana que vivía en Quito. Fue tan grande mi insistencia, que me lo mandaron a Guayaquil en uno de los camiones de la empresa de mí cuñado. Una vez llegado, cogí el instrumento y lo hice reparar para dejarlo a punto para mis lecciones de música. Mis hijas como siempre; imbuidas por mi energía y entusiasmo, también quisieron aprender. Así las cosas, por intermedio de mi mamá, contratamos al profesor Potes.

Este era supuestamente un genio de la enseñanza y esperábamos con avidez nuestro primer día de clases.

Recuerdo como si fuera hoy, que sonó el timbre como a las tres de la tarde. Yo recibiría la primera hora, Paola la segunda y la Negrita la última. Al abrir la puerta apareció un hombre de baja estatura, moreno y sin preámbulo ni buenas tardes, de buenas a primera nos sentó frente al piano.

Apenas puso sus manos en el teclado, yo comencé a dudar si era pianista o mecánico, ya que sus largas uñas estaban coronadas por un delineado rayón de tierra negra, que las hacía ver más desaseadas de las que usualmente tenían los mecánicos por su profesión.

Potes era un tirano con nosotros.

Lo primero que nos hizo, fue obligarnos a memorizar todo el pentagrama musical. Gracias a dios como yo tenía muy buena memoria, me aprendía fácilmente las notas. El problema fue después; cuando llegó el día de tocar la tecla que correspondía a cada nota. El me señalaba LA y yo aplastaba FA, el me decía SOL y yo aplastaba RE, etc. Con gran desilusión descubría que era sordo para la música y no atinaba con ninguna tecla para que salga el sonido correcto.

Para eso; Potes ya era un ogro con nosotros. Se sentaba al lado derecho de cada uno y exigía un vaso de coca cola para comenzar la clase. También nosotros teníamos un vaso nuestro del lado opuesto.

Pero eso sí; a medida que transcurría la clase, con cualquier pretexto nos mandaba a traer algún pentagrama o cualquier partitura de su portafolio y mientras lo hacíamos, se tomaba nuestro vaso de cola y luego eructaba.

Pero como lo hacía tan rápido y nunca lo pudimos pescar robándose nuestra bebida, solo sabíamos que esto ya había sucedido, por el ruido del eructo y el olor agrio que había en el ambiente.

Así pasaron los días y cada día yo inventaba una emergencia inexistente para no recibir clases con Potes. Mis hijas tampoco querían salir de su cuarto para las suyas. Recuerdo en una ocasión que la negrita se agarró de la pata de su cama para no salir, a pesar de que Paola y yo la jalábamos con todas nuestras fuerzas para que vaya a su clase.

Así pasábamos las tardes con el profesor Potes.

Padecíamos entre las robadas de cola, los eructos y uno que otro gas que de tarde en tarde se lanzaba con estruendo, mientras mantenía su rostro imperturbable propio del porte aristocrático de un conde inglés en quiebra.

Llegaron a tal punto los pretextos que inventábamos para no recibir las clases, que mis hijas me obligaron a hablar con Potes para que cambie su actitud o abandonábamos todo.

Así que, lleno de coraje y determinación lo senté frente a mí y en tono muy serio le dije: profesor…las cosas no pueden seguir así…estamos aburridos con sus enseñanzas. O cambia o abandonamos todo.

Potes, que inmutablemente había escuchado todo sin levantar siquiera una pestaña, inmediatamente me respondió: Que contrariedad; Dr.…justamente ahora que les iba a enseñar una canción moderna para que la toquen en sus reuniones sociales y entretengan a sus amigos.

Lo dijo de tal forma como quien no dice nada y dándonos a entender… ¡son ustedes los que se lo pierden!

Al oír eso, los tres reaccionamos y dijimos: bueno profesor, tratemos para ver si lo hacemos realidad.

Así fue que nuestro maestro nos cantó la canción “moderna”: solamente una vez….amé en la vida… solamente una vez…y nada más…que para nosotros era: SOLASOL, DOREMI…MISOLASOL, SI…

Gracias a esa “modernísima” canción, nuestro profesor acabó de matar nuestras aspiraciones musicales.

Pero lo que si fue buenísimo, es que con la muerte de los tres aspirantes a pianistas, se acabaron nuestros sufrimientos, las excusas y las enfermedades que inventábamos para no recibir clases.

Ahora que ha pasado el tiempo; con mis hijas nos matamos de la risa al recordar los tiempos de Potes con sus uñas negras, los robos de las colas, los eructos y los gases que se echaba de tan magnánima manera, que con la gallardía imperturbable con la que se revestía, no pudimos culparlo jamás, a pesar que todos sabíamos el lugar de donde ellos provenían.

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