28 marzo, 2024

Informalidad: ¿Guerrilla urbana?

Hace ya algunas décadas, el Capitán del Pueblo (Carlos Guevara Moreno) imponía un nuevo ritmo de manifestación callejera con el accionar de sus mítines relámpagos en los escenarios urbanos de Guayaquil. Los policías se dislocaban el cerebro porque nunca sabía en cuál esquina les aparecería un nuevo grupo de manifestantes. El Capitán enseñó nuevas formas de hacer política, de expresión popular y hasta de oratoria.

Hoy día los opositores a la Ciudad usan a los resentidos, prematuros o tardíos, para que esgriman su inconformidad frente a un escenario urbano que, si ellos fuesen un poco más positivos –y proactivos, por supuesto-, les otorgaría un sin número de posibilidades de desarrollar un destino evolutivo.

Informales (término peyorativo inventado por los explotadores políticos) es, sin lugar a dudas, una turbia táctica para lanzar las piedras con mano ajena. Hablan del espacio urbano, de las calles son de todos, del derecho al trabajo y de otras paparruchas parecidas. Estos nuevos guerrilleros urbanos jamás tuvieron la iniciativa, esa se la dejaron a sus disque líderes.

El espacio urbano es espacio público en donde la libertad termina cuando empieza la de otro ciudadano.

Las calles son de todos. Eso no discute nadie. Pero las calles son de todos los usos permitidos por la civilidad. La humanidad no ha evolucionado en el tiempo para, ahora, retroceder a lo tribal en aras de solventar frasecitas demagógicas.

Trabajar, a nuestro juicio, no es un derecho, es una obligación de responsabilidad social. Tan no es derecho que el refrán popular anuncia al trabajo como tan malo que por eso lo pagan. Tan no es nuevo que por dejarnos seducir por la culebra y su manzana fuimos arrojados del paraíso a ganar el pan con el sudor de nuestra frente.

Los informales (como se autodenominan) están siendo utilizados por los dirigentes “sabidos” de siempre que, dicen ellos, un día fueron pobres y hoy se sostienen en saco, corbata y cuello blanco con las contribuciones de sus representados.

Lo hemos dicho públicamente, si los informales quieren salir de su diaria pobreza tienen que hacer dos cosas: La primera es organizarse. La segunda es ambicionar.

Organizarse no es oponerse. No es dejarse representar por el sabido que aprendió a hablar y sonreír como publicidad de pasta de dientes. No es exigir conversar a través de las personas que son opositores de la autoridad. Organizarse es representarse con instituciones o personas dispuestas a tenderles un puente con el trabajo digno y el inicio de una posterior riqueza. Organizarse es buscar mediadores (no politicastros, ni politiqueros) que propongan soluciones acordes con la convivencia social. Que construyan, que no destruyan. Organizarse es argumentar, proponer y ganar. Ganar ambas partes en una negociación perfecta.

Ambicionar. Condición natural del ser humano que le concede, este sí, el derecho de progresar y conseguir mejores momentos y circunstancias para su familia. Ambicionar es respetar y respetarse sin sentirse auto condenado a vender coca-cola en vaso plástico durante el resto de la vida. Ambicionar no es pedir un uniforme y un carnet identificatorio (credencial para manejar las piernas). Ambicionar es exigir que las ofertas se hagan realidades, es exigir acceso a la educación, es exigir acceso al crédito – aunque sea mini-, es exigir comida barata sin recurrir al consejo de países que siempre la importaron, es exigir una montaña de cosas que nos fueron ofertadas y que, a pesar del precio del petróleo, no nos han sido cumplidas.

La Municipalidad, en un acto que la honraría, podría negociar individualmente, y sin los representantes, con todos y cada uno de los informales que buscan una solución. Los lideruchos de turno y oportunidad quedarían fuera del tiesto. A la vez, la Municipalidad debería cambiar algunos adustos y desabridos rostros por otros más proactivos. Por rostros y cerebros más propositivos y menos obedientes (algunos, incluso, lucen fatigados).

En resumen, no nos dejemos arrastrar por la vorágine institucionalizada. Si los malos vientos los transformamos en energía productiva, pronto tendremos solamente energía productiva.

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  1. La informalidad existe desde que el gobierno central no ha logrado solucionar el problema del desempleo. Recordemos que Correa ofreció 200.000 puestos de trabajo por año para combatir el desempleo. El año y medio de gobierno, nada ha hecho para dar empleo a los pobres de la patria. Millares de profesionales se hallan en desocupación, a los que se deben sumar los cientos de miles de empleados tercerizados que pasaron a la desocupación, por obra y gracia de la improvisación e incapacidad de Correa y los Asambleístas de mayoría. Tal como van las cosas, debemos votar por el NO a la constitución lírica o peética que jamás dará trabajo a los pobres y desempleados de esta patria, sino que está diseñada para crear más burrocracia, más corrupción y más nuevos ricos de los nuevos dueños del país.

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