25 abril, 2024

El principio del bien y el mal

En el imperio Persa fundado por Ciro, aumentado con la anexión del Egipto realizada por Cambises y organizado por Darío, apareció el célebre reformador Zoroastro, quien estableció una nueva religión: el mazdeismo.
Su doctrina y preceptos se encuentran reunidos en un libro sagrado: el Zend-Avesta. Según Zoroastro existen dos principios contrarios y alternos: el principio de la luz o del bien y el principio de las tinieblas o del mal.
El principio del bien se llama Ormuz y el principio del mal se llama Ariman. Ormuz es el Dios creador del mundo, el Dios bienhechor, todo lo bueno procede de él; Ariman es el Dios del mal, todo lo negativo  procede de él. Ormuz y Ariman luchan perpetuamente, pero en esta lucha siempre triunfa Ormuz, el principio del bien.

Lamentablemente, en el Ecuador  se trata de implementar ese maniqueísmo enfrentándose los unos buenos y los otros malos. Esa tendencia, además de falsa es peligrosa, pero con ocasión de la Asamblea Nacional Constituyente se ha vuelto más recurrente, y buenos son los que quieren cambiar totalmente la organización política del Ecuador a su manera, reorganizando todas las funciones del Estado; y malos los que se oponen, y entre “buenos” y “malos” existe una gran cantidad de ciudadanos que se encuentran desorientados y no saben a ciencia cierta que camino le conviene más al país.

El nivel de confrontación se ha elevado en los últimos tiempos, estallando con las declaraciones del Presidente Correa con relación a la concesión de los aeropuertos de Guayaquil y Quito. Este tipo de conducta debe cambiar, tiene que cambiar, pues nada bueno se alcanza con la diatriba y, en cambio si se logra mucho con el esfuerzo y el trabajo continuado.

Por los motivos expuestos, todos los ecuatorianos esperamos se depongan actitudes y se propicie un clima de entendimiento y desprendimiento, pensando en el beneficio del país entero y no de pequeños círculos, ya que el Ecuador a todos nos compete, y  todos,  sin ninguna excepción, debemos arrimar el hombro.

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Es inevitable escribir. Esa “obligación “de enfrentar los dedos ante el teclado que resiste el estallido de la mente en querer expresar un caudal de ideas. Estas, que quizás contengan más que la capacidad de expresar lo que sentimos, es nuestra intención en llegar con ese mismo sentido a quienes pretendemos o queremos que nos lean.

El hecho de vivir una primera ausencia real de un ser querido: mi padre, es la mecha de estas líneas. Un deseo de plasmar lo que siento. En que su ausencia física hace que lo extrañe, y lo complicado en conjugar el discurso aquel: “que cumplió un ciclo” ante su cariñosa presencia y saludo cotidiano de sus últimos años. Y ese saber -que con toda su lucidez y deseos de no morir pero tener que aceptarla como un enorme muro que se le venía encima sin esgrimir mas su voluntad que no estaba acorde a la fuerza de su cuerpo, y ante la inevitable aceptación familiar de ese destino, sintió que se le apagaba su vida. El saber que eso sentía él, es lo que más duele a uno. Esos pensamientos no expresados, no evidentes a la vista y que tampoco queríamos ver pero que ahí estaban… es, en mis reflexiones más íntimas las que duelen internamente. Duele el saber ese dolor desgarrador que siente mi madre por su ausencia, el de extrañarlo día a día, en que no hay palabras para expresarlas, ni forma de interpretarlo en líneas, pero que está ahí, en un rostro sentido…en esa mirada profunda y a la vez lejana, que no hay sabiduría alguna que pueda tampoco amortiguar lo que aquel corazón siente. Solo será pura fuerza de su voluntad, conjugada con lo que tiene, para sobrellevar un deseo intenso de seguir viviendo en este mundo.

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